LO FEMENINO EN LAS ETAPAS MEDIAS DE LA VIDA

MAESTRÍA EN PSICOANÁLISIS   USAL-APA

Seminario Psicoanálisis, Cultura y Religión

Prof. Dr. Jorge Garzarelli

LO FEMENINO EN LAS ETAPAS MEDIAS DE LA VIDA

Cultura e ideales

Leticia Glocer Fiorini

La eficacia de un imaginario.

Sabemos del impacto del paso del tiempo en toda persona, hombre o mujer, y sabemos también que esto implica enfrentarse a un lado oscuro y desconocido de nuestro psiquismo. Estos son momentos en que se interrogan ideales y se juegan valores, en que aparecen o reaparecen angustias y temores, o en que se instalan depresiones. Cae un imaginario proveedor de seguridad y aparece la amenaza de envejecimiento y deterioro.

Es necesario puntualizar que los conceptos de juventud, adultez y vejez se modifican constantemente. Se suceden las redefiniciones y los límites y marcos cronológicos se difuminan. La prolongación del tiempo de vida en las últimas décadas crea un espacio cada vez más importante y de mayor peso como punto de inflexión, entre la madurez y la vejez.

No nos referiremos a la llamada crisis de la edad adulta: crisis de carácter prospectivo, de cuestionamiento, de afianzamiento o replanteo de proyectos. Nos referimos a las crisis de los años intermedios de la vida en las mujeres para abarcar un espectro más amplio que el concepto de climaterio, que tiene más resonancias médicas. Frecuentemente son desencadenadas por el climaterio o por la separación de los hijos, a veces acentuadas por la ausencia de proyectos alternativos. Se puede presentar como sensaciones de vacío, de fracaso, de decadencia, o como somatizaciones, hipomanías, depresiones o estados de pánico.

Hay una confrontación ineludible con las leyes biológicas, con la seguridad de la propia muerte, con el envejecimiento y la afrenta narcisística consecutiva. Pero, hay una cuestión a enfatizar, y es la sensación de decadencia propia de la pérdida de la belleza física, ya que el aspecto estético es una de las propuestas fuertes de la femineidad. Momentos de impacto traumático que tanto pueden disparar mecanismos de repetición como abrir la posibilidad de cambios y transformaciones. Se constituye un espacio entre la ruptura y la continuidad.

Este es un momento de cruce temporal entre la historia pasada y la resolución más o menos exitosa de crisis anteriores, con el presente y con las posibilidades de proyectar un futuro.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que existe una tendencia a enmarcar los discursos sobre la femineidad en el contexto de las sociedades occidentales. Que, si bien en este siglo hubo una gran movilidad social y se modificaron muchas concepciones en relación a la mujer, estos cambios son diferentes en las distintas capas sociales, grupos étnicos y religiosos, lo que refuerza la necesidad de particularizar el discurso.

Si bien las crisis de la mediana edad abarcan tanto a hombres como mujeres, hay que remarcar que en la mujer existe una relación muy especial entre el paso del tiempo y el cuerpo y sus marcas, y que estas variables no están desligadas de los ideales que la cultura propone y sostiene en cuanto a la femineidad.

Esto exige una reflexión sobre ciertas figuras que configuran míticamente lo femenino, especialmente alrededor de las etapas medias de la vida, en relación con los ideales femeninos y sus vicisitudes.

Voy a tomar un aspecto de estas cuestiones, considerando estas etapas de la mediana edad en las mujeres, como un espacio en el que entran en crisis los ideales individuales referidos a la femineidad. Pero, entendiendo que, además, esto pone en juego inevitablemente los ideales colectivos, el imaginario social, con sus concepciones sobre la mujer. El entrecruzamiento entre ambos campos crea tensiones por la existencia de eventuales oposiciones entre los ideales colectivos e individuales, que pueden derivar en conflictos identificatorios.

A esto se agrega que tanto los ideales históricos como los individuales se van reformulando continuamente pero, simultáneamente, persisten por inercia concepciones anteriores, que pueden entrar en oposición. La movilidad y la inercia coexistentes crean un campo propio y específico.

Entre los ideales individuales y colectivos y entre los ideales actuales y pasados, se constituyen complejas redes de articulaciones y oposiciones. Son zonas de intermediación entre un interior y un exterior, entre los discursos sociales y el psiquismo individual (Glocer Fiorini, 2001).

Zonas de cruce como lugar y evidencia de las contradicciones,  de las paradojas que lo femenino revela en la teoría.

Estas zonas de intermediación toman cuerpo en el psiquismo a través del sistema de ideales configurados en el eje yo ideal-ideal del yo, eventualmente encarnados en identificaciones. En este eje se incluyen desde los ideales absolutos, omnipotentes, de la primera infancia hasta los ideales acotados, limitados por una tramitación simbólica.

 

¿Historia de las mujeres?  

 

Muchas veces ha surgido la pregunta sobre si existe una historia de las mujeres y, más aún, si las mujeres pueden hablar por sí mismas (Duby y Perrot, 1990). Este punto remite a una concepción ancestral por la cual lo racional corresponde al hombre y lo emocional a la mujer, en coincidencia con la oposición cultura vs. naturaleza. La idea de la mujer como un ser débil, incompleto e inferior, o encarnando la tentación demoníaca recorre siglos de historia y se evidencia a través de los discursos religiosos, filosóficos, médicos, de los mitos y costumbres. Lo vemos en las concepciones talmúdicas sobre la mujer, como hechicera y depositaria de una sexualidad peligrosa. Es ampliamente conocido también que hasta el Concilio de Trento se consideraba que la mujer no poseía alma. En algunos pueblos primitivos se excluía a las menstruantes por sus supuestos influjos maléficos. En otros había ceremonias en que se incineraba vivas a las mujeres con sus difuntos esposos.

  1. Israel (1979) describe, entre los indios americanos, la leyenda de las “vaginas dentadas” que salen a las cosechas y, al ser capturadas por los hombres, son desprovistas de sus dientes, vueltas a su lugar y remachadas por el clavo clitoridiano. Para este autor esto traduce una fantasmática de temor a la mujer que recuerda la resección clitoridiana que se efectúa en las niñas púberes musulmanas, entre otras cosas como forma de control de su goce.

Los saberes médicos del siglo XIX fundamentaban la inferioridad femenina. Utilizando un modo de pensamiento analógico, algunos sostenían que el útero no era un órgano esencial en la mujer, porque no existía en el hombre.

La duda platónica sobre incluirlas en el rango de los animales racionales o en el de los brutos fue una marca de desarrollos filosóficos posteriores. Estas vacilaciones también las tuvo Freud (1933) en sus descripciones sobre las características femeninas en un plano empírico: escaso sentido de justicia, intereses sociales más endebles, menor aptitud sublimatoria.

De esta breve recorrida surge que si hay una historia de las mujeres ésta sería una historia “en negativo”. En las grietas de las historias positivas emergen, como un hilo conductor, los silencios, los vacíos, que es necesario descifrar y escribir.

Los ideales y el vacío.

En las etapas medias de la vida, se actualiza la problemática ligada a la femineidad en la historia de toda mujer.  Diversos momentos, lógicos o cronológicos, pueden ser el detonante de esta confrontación.

Sabemos que hay ciertos ideales sobre la femineidad (y también sobre la masculinidad) que forman parte de un imaginario compartido tanto por hombres como por mujeres. Es necesario aclarar también que estos ideales constituyen sistemas de creencias que tienen un poder estructurante extraordinario, y que la teoría no es inmune a estas poderosas influencias.

Algunos de estos ideales fijan o esencializan el ser mujer a parámetros fijos, que representarán dos concepciones opuestas. Por un lado, la idealización y el engrandecimiento ligados a las figuras de la Madre y la Virgen, unidas a la pureza, las emociones, la sensibilidad, el amor y la belleza. Por el otro, su contracara, el repudio ligado a las figuras de la prostituta, de la tentación sexual, lo demoníaco, lo horroroso. Esto último, a su vez, puede convertirse en condición de amor (Freud, 1910).

En este contexto una de las propuestas fuertes en relación con la femineidad es la maternidad. Se debe remarcar que la maternidad pone en juego un circuito deseante-pulsional, pone en juego el amor y sus componentes narcisísticos y, por lo tanto, deja de ser en la mujer un hecho exclusivamente natural, biológico, para pasar a ser una confrontación con sus conflictos y deseos.

En las edades intermedias de la vida, el descentramiento del lugar materno como sustento representacional, con el refuerzo de la intensidad pulsional concomitante (Freud, 1937), puede ser experimentado como un enfrentamiento con el vacío.

La maternidad ofrece ideales positivos en relación con la búsqueda de representabilidad. La crisis de los ideales  maternales implica un conflicto identificatorio, en cuyos intersticios aparece el silencio, como exclusión de un campo simbólico y representacional. En  este punto de encrucijada se actualiza la relación entre tiempo repetitivo y tiempo irreversible y toda mujer redefine, consciente o inconscientemente, un proyecto identificatorio y deseante (P.Aulagnier, 1975), o puede, eventualmente, sufrir el “destino de objeto desechable”.

 

El reverso de los ideales, la bruja y lo siniestro.

 

Una de las figuras que encarnan este destino es la de las brujas. Sabemos que las brujas eran mujeres que se dedicaban a curar, que se reunían en los sabbats y que como se apartaban de los cánones aceptados pasaron a integrar el grupo de los herejes que terminaban en la hoguera (L.Israel, 1979). Eran acusadas de reunirse ilegalmente, de pactos con el diablo, de copulación con íncubos y súcubos, de destruir cosechas, robar niños. Para M. Harris (1974), a pesar de ser inofensivas, fueron perseguidas como responsables de las injusticias de la época, para dispersar las energías de protesta contra la corrupción de los poderes de la nobleza y de la Iglesia.

Pero, es interesante preguntarse porqué las brujas, en la acepción descripta, eran mujeres, ya que sabemos que el brujo, el hechicero, era el sabio respetado, nunca perseguido. Esto está relacionado con un peculiar entrecruzamiento: por un lado, tenía relación con la condena que la Iglesia impuso a las prácticas paganas vinculadas a lo demoníaco y, por el otro, con la misoginia que desde la época clásica consideraba a la mujer como una criatura demoníaca en relación con el deseo sexual y la tentación. Es decir, asentando en una concepción pecaminosa de la sexualidad.            

También es interesante preguntarse porqué eran generalmente viejas. Habitualmente eran campesinas pobres que si no se casaban o enviudaban, o si no entraban a un convento, no encontraban lugar ni destino y se convertían en sospechosas. Muchas eran parteras o sanadoras, y eran perseguidas junto con los sanadores moros y judíos. Las mujeres viejas en la Edad Media sólo mantenían su lugar si eran parte de una casa como unidad de producción y consumo. En caso contrario, podían caer en la categoría de brujas por la pérdida de la belleza, de la capacidad de procrear, por el uso de la sexualidad fuera de lo prescripto, o por su actividad autónoma como sanadoras (C.Saez, 1979).

De esta manera, la amenaza era convertirse en un objeto de desecho.

También es interesante mencionar estudios que se han efectuado sobre ciertas películas de terror (La Mujer Avispa, La Mujer Sanguijuela) donde la protagonista es habitualmente una mujer de mediana edad, gris, solitaria y desdeñada por los hombres, agobiada por el temor de ser invisible para ellos y ser aislada sexualmente. A través de una metamorfosis pasa a convertirse en un ser vengativo, horroroso y cruel (Sobchak, 1994): se produce una transformación de mujer asustada en mujer que asusta, bajo la forma de cuerpos decadentes que se acercan a un hombre que retrocede con terror. Esto estaría representando el horror al envejecimiento en una cultura que apuesta a la inmortalidad y a la belleza, y que localiza ese horror en la mujer que pierde esos atributos.

Un punto que es importante resaltar en este sentido es que lo femenino está ligado a una relación muy especial con el cuerpo. La vida de una mujer transcurre a través de marcas corporales (menarca, embarazos, partos, climaterio) que señalan tiempos, secuencias y rupturas que la alejan desde temprano de esa posibilidad de abstracción del cuerpo, generalmente más asociada a lo masculino. Dado que los discursos sobre la femineidad siempre acentuaron un alto componente narcisístico, el peligro de deterioro se puede constituir en una amenaza letal a su yo narcisista. En la mujer esto se potencia si se hacen presentes ideales devaluados concernientes a la femineidad.

No nos referimos sólo al cuerpo biológico, sino a un cuerpo erógeno, libidinal. Pero, además, a un cuerpo con silencios que ponen en suspenso su erogeneidad.

Esto entronca con otra situación que vemos con frecuencia: el asombro, la angustia y hasta la sensación amenazante frente a la aparición de aspectos rechazados de la propia madre, en una mujer en las etapas  medias de la vida (Freud, 1931). Así, lo familiar se hace inquietante, ajeno, hostil (Freud, 1919).

Desde este punto de vista, la figura de la bruja configura un relato que corporizaría aspectos ominosos de los momentos primordiales que pulsan por acercarse, tanto en hombres como en mujeres, en las etapas intermedias de la vida.

De esta manera, vemos cómo se actualizan categorías de difícil representabilidad que se enlazan con momentos primordiales de orden incestuoso. Estas categorías son localizadas en las mujeres y, así, adquieren figuración. En cada una de estas reactualizaciones el aparato psíquico las intenta cercar, rodear, dotar de representabilidad (Glocer Fiorini, 2001).

 

La “desautorización de la femineidad”.

 

En “El tabú de la virginidad” Freud (1918) señala que “el varón teme ser debilitado por la mujer, contagiarse de su femineidad y mostrarse luego incompetente”. Agrega que “en los preceptos de evitación se exterioriza un horror básico a la mujer”. Lo femenino aparece como lo ajeno, lo incomprensible y, en consecuencia, lo hostil. En otro texto, “Análisis terminable e interminable”, Freud (1937) sostiene que en ambos sexos hay una “desautorización de la femineidad”.

Por otra parte, ¿el “horror a los genitales femeninos” implicaría una posición paradojal para el hombre, ya que “debería desear lo menos deseable”? O, por el contrario, ¿el horror le proporciona un reaseguro narcisista  frente a las teorías de la castración y la angustia concomitante?

Para Kristeva (1988) el rechazo a lo femenino asienta en que lo femenino se presenta como lo ajeno, lo extranjero, frente a una norma, lo masculino. Señala que en la inquietante extranjería se expresaría el rechazo fascinado del Otro en el corazón de “nosotros mismos”: el Otro de la muerte, el Otro de la mujer, el Otro de la pulsión indomable. Tal como lo habíamos desarrollado en el capítulo anterior, es necesario subrayar que la angustia vinculada a la dimensión misteriosa de la diferencia de los sexos es desplazada a lo femenino caracterizado como alteridad.

Otro aspecto a remarcar es que la decadencia de la belleza física puede conducir a la condición de objeto desechable y esto entronca con ciertos aspectos de la denominada posmodernidad, donde todo es rápidamente desechable, teorías, ideas, informaciones y también personas (Vattimo, 1990).

Es de interés agregar que la cultura de las últimas décadas intenta ofrecer una respuesta, en el pasado impensable, desde la Tecnología Médica, apoyándose en el poder de la imagen, de la apariencia y de la técnica, inventando un destino artificial (Baudrillard, 1990). Desde este punto de vista las cirugías estéticas, las prótesis y las nuevas técnicas reproductivas ofrecen una ilusión de inmortalidad, ya sea a través de la juventud y la belleza eternas, o por la posibilidad de engendrar hijos en edades antes impensadas. Según este autor se constituye una “especie de mutación liberadora de los apremios del tiempo”.

La complejidad de estas propuestas, que aparecen con el cambio de siglo, reside en que, por un lado, ofrecen soluciones y salidas a problemáticas antes insolubles pero, por el otro, tienden a obturar la angustia, el conflicto y, eventualmente, clausuran la posibilidad de simbolización de las cuestiones planteadas.  

 

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En el transcurso de estos desarrollos es necesario poner el énfasis en los movimientos, entre la ruptura y la creación, que ponen  en juego categorías claves vinculadas a la capacidad de recomposición representacional del psiquismo y a la redefinición de ideales e identificaciones frente a los impactos temporales lógicos y cronológicos. Esto implica, desde la clínica, no sólo la posibilidad de resignificar una genealogía sino, para cada sujeto, de crear, inventar sus propias metáforas (Glocer Fiorini, 2001).

Se convierte, asimismo, en un lugar de interrogación sobre la posición femenina.

 

BIBLIOGRAFÍA.

Baudrillard, J. (1990). La transparencia del mal. Anagrama, España, 1991.

Castoriadis-Aulagnier, P. (1975): La violencia de la interpretación. Del pictograma al enunciado. Amorrortu, Buenos Aires, 1977.

Duby, G. y Perrot, M. (1990): Historia de las Mujeres. Tomo 1. Taurus. Spain. l991.

Freud, S. (1910). “Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre”, en Contribuciones a la Psicología del amor, I. Amorrortu, XI, Buenos Aires.

——–  (1918 [1917]): “El tabú de la virginidad”. Amorrortu, XI, Buenos Aires.

——–  (1919): «Lo ominoso». Amorrortu, XVII, Buenos Aires.

——–  (1931): “Sobre la sexualidad femenina”. Amorrortu, XXI, Buenos Aires.

——–  (1933): “La femineidad”. En Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis. Amorrortu, XXII, Buenos Aires.

——–  (1937): «Análisis terminable e interminable». A.E., XXII.

Glocer Fiorini, L. (2001). Lo femenino y el pensamiento complejo. Lugar Editorial, Buenos Aires.

Harris, M. (1974): Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura. Alianza, Buenos Aires, 1992.

Israël, L.: La histeria, el sexo y el médico. Toray-Masson, Barcelona, 1979.

Kristeva, J. (1988): Extranjeros para nosotros mismos. Plaza&Janes, Barcelona, l991.

Saez, C.: Mujer, locura y feminismo. Dédalo, Madrid, l979.

Sobchak V.: “The revenge of the leech woman”, en Uncontrollable bodies. Bay Press, Seattle, 1994.

Vattimo, G. (1990): “Posmodernidad: ¿Una sociedad transparente?”, en En torno a la posmodernidad.

Anthropos. Barcelona. l991.

 

2 opiniones en “LO FEMENINO EN LAS ETAPAS MEDIAS DE LA VIDA”

  1. Encuentro riqueza, profundidad, apertura por el cuestionamiento, valores subrayados y suspenso por seguir descubriendo en cada artículo. Nos vinculan con la práctica terapéutica, pero más aún con el encuentro con un otro desde el lugar de la empatía, respeto y creación reflexiva. Muchas gracias. Graciela Adam

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