Apagón en Calcuta – Jorge Garzarelli

Sólo el blanco de los ojos
y los dientes blancos
de sus tan humanos habitantes mágicos.

En algunas esquinas
había un tumulto de resplandores:
niños jugando con su inocencia.

Los rickshaws seguían rodando
igualmente
sonando sus irisdiscentes cascabeles.

Yo, permanecía absorto en las profundas cercanías
de un Paraíso de tenues sombras.

He escuchado por todas partes que hay un hombre solo.
Tardé en darme cuenta que hablaban de mi.

Esa noche me despedí varias veces.
Ninguna de ellas podría ser definitiva.
La melancolía que se cierne en torno a cualquier adiós,
pertenece al fragor de mi alma.
Es una hermana gemela.
No hay ninguna distancia entre mi yo y ella.
Ninguna.

Esta futura soledad que ya me aguarda, no me oprime, no me
limita: es una leve forma de mi libertad.
Por eso no puedo dejar de despedirme, una y otra vez.

Hoy he pasado por mismo y
no me he encontrado.
Tantas veces son las que me siento un extranjero
que he decidido escandalosamente
comprarme un espejo.
En él, sigilosamente observé el alma quebrada en el ala de un cuervo.

Alguna vez dejaré de insistir en que para vivir hay que asombrarse de todo?

la melancolía que tu rostro tiene
es la máscara verdadera
de mi propia melancolía.

Lentamente la ilusión se desvanece.
Luego y también muy lentamente renace.
Esta vez, calculada, numérica, exacta, pero con la intensidad
de las flores de loto que vi en un apaciguado (desde siempre)
estanque, silencioso y algo secreto en las afueras de
Calcuta, esta ciudad tan amada.

Cada instante tu mirada y tu recuerdo son como una carta sin
estampilla que vuelve cada vez a un remitente imaginario.

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