CAPITULO  1 – LAS PREGUNTAS

Este trabajo nace como el efecto de un “deseo de saber” acerca de los orígenes del mito. Pregunta inicial a la que se fueron añadiendo otras paulatinamente.

¿Tienen los mitos su origen en el inconciente?

¿Por qué lo mítico no aparecía investigado como un producto más del inconciente a partir de su descubrimiento y de la lectura que del mismo propone el pensamiento freudiano? ¿Puede sostenerse sin más ni más aquella hipótesis del mito como un producto cultural a partir del desciframiento de los códigos oníricos y de la estructuración de las fantasías?

Ante la pregunta sobre la autoría del mito, ésta se respondía con un silencio.

¿No había respuesta? ¿El mito tenía un autor anónimo? ¿Era el sueño de toda la gran comunidad humana a través del tiempo? ¿Por qué no investigarlo a la par que sueños, fantasías, síntomas, chistes.?

El mito, a diferencia de otras formaciones psíquicas, aparece insinuado en Freud, pero nunca trabajado con la profundidad con la que lo fueron aquellos “objetos” preferenciados por este autor.

Difícil resulta escribir sobre el mito como originado en el inconciente, porque si bien la escritura ha nacido como una pasión (y sigue existiendo como tal), no hay “algo” más apasionado que la vida misma. Por ésto fue necesario abandonar momentáneamente ese vínculo emocional y dar paso a la razón.

¿El mito, “se vive” ?.

A medida que avanzaba en estos desarrollos, obviamente los interrogantes se fueron constituyendo más severos y complejos.

¿En qué modo puede participar la estructura del mito como una más de las ya reconocidas por el psicoanálisis?

¿Sería el mito un efecto posible de la asociación entre alguna de estas formaciones? ¿Qué otra estructura de lo psíquico podría llegar a producirlo?

¿Consistiría lo mítico en una lectura ingenua de superficies de textos antiguos, al estilo de la Ilustración, o bien lo así denominado formaría parte de nuestro cotidiano ser en el mundo? ¿Un “cuerpo” vivo, activo?

La razón apuntaría a lo primero. La intuición indicaría el segundo término. De este modo nos arrojamos al mundo de lo simbólico. Símbolo que “(…) en la antigua Grecia, designaba la mitad de una tableta que se entregaba al huésped cuando éste se marchaba. Al despedirse por largo tiempo, quebrábase un objeto cerámico en dos partes y cada uno guardaba su mitad. Esas dos partes de la tableta quebrada, alguna vez volverían a encontrarse y al coincidir perfectamente, constituían la prueba de una amistad surgida de la hospitalidad nunca quebrada pese a la distancia y el tiempo”. (R. Graves – 1984)

Decidí correr el riesgo de unir partes para entrar en ese juego laberíntico que significó (y sigue significando), un mundo en donde a una claridad se seguía una obscuridad y así alternativamente.

Inevitablemente, para poder conocer, la duda debía prestar su sistemática. Sísifo, Dédalo y Prometeo serían una de sus formas paradigmáticas.

De aquí que este texto sea solo un amanecer.

¿No es acaso en el amanecer del hombre, donde el mito juega con toda su profundidad y altura, el hasta ahora evasivo papel que de contínuo insiste en representar lo sucedido en los orígenes?

Debido al ámbito cultural en el que se ha desarrollado el psicoanálisis, será necesario circunscribir el campo de lo mítico a Occidente y dentro de éste a algunos mitos de la antigua Grecia que siguen presentándose no sólo como módulos imaginativos o formas de teorización racional, sino también en nuestra práctica clínica diaria.

No trataremos al mito en general sino, a aquéllos en cuya organización es posible inferir procesos en donde el sello madre de lo Real, “se hace” cual anillo de Polícrates, insistente hasta el punto de formar parte de él. ¿Podríamos dejar de colocar su origen en el inconciente?

Entre las múltiples definiciones del mito, ubicamos a aquella que lo señala como el relato de algo fabuloso ocurrido alguna vez en un pasado remoto. Otras definiciones se sumarán a ésta a lo largo del presente trabajo.

Varios son los contenidos de estos relatos mitológicos: orígenes de la humanidad o de alguna comunidad en particular, hechos heroicos, fenómenos naturales personificados, interviniendo en la gran mayoría de ellos, las figuras de los dioses que, ya en forma directa o no, influían sobre el destino del mundo aún cuando el Destino marcaba sus propias vidas.

El mito bien puede ser tomado como algo en lo cual de “buena fe” pueda creerse o bien como una alegoría. En este último caso, el relato tiene dos aspectos, lo ficticio y lo real. En la ficción el hecho mítico no ha realmente sucedido, mientras que en el real, el relato hace referencia a algo que sí se corresponde con un hecho de la realidad.

El mito ha de expresar en forma sucesiva y anecdótica lo que es supratemporal y permanente, lo que jamás deja de ocurrir y que, como paradigma vale para todos los tiempos. Mediante el mito, queda fijada la esencia de una situación cósmica de una estructura de lo real. Pero como el modo de fijarla es una forma relatada, hay que encontrar un modo de indicar al auditor o lector más lúcido que el tiempo en que se desarrollan los hechos es un”falso tiempo”; hay que saber incitarlo a que busque mas allá de ese tiempo en que lo relatado parece transcurrir, lo arquetípico, lo siempre presente, lo que no transcurre”. (Ferrater Mora – 1978)

En esta proposición, el tiempo mítico es semejante al tiempo propio del inconciente. Tiempo que sigue otras reglas diferentes a las que se le asimilaron a Cronos y que sin embargo, compartirían con este dios, su condición de atemporalidad. En este sentido el inconciente mismo parece tener “vocación de inmortalidad”. Es evidente que el mito no tendrá una sola lectura.

Para el pensamiento platónico tal como observaremos más adelante, el mito expresará ciertas verdades que escaparían al razonamiento (logos), apareciendo también como una forma de decir sobre el reino del devenir.

Para un filósofo neo-platónico como Salustio, los mitos pueden representar a los dioses y sus diversas formas de intervención en el mundo. Habría para este autor, varias especies de mitos: teológicos, físicos, psíquicos, materiales y mixtos. Los mitos teológicos son especialmente intelectuales considerando a los dioses en su esencia; de este modo serían utilizados por los filósofos. Los poetas utilizarán los mitos teológicos intentando explicaciones del modo o modos en cómo operan los dioses. Los mitos psíquicos explicarán las acciones del alma. Los mitos materiales serán aquellos que usa la gente carente de instrucción, en los que se intenta entender la naturaleza de lo divino y del mundo. Mientras que la última clasificación, los mitos mixtos son los usados por quienes enseñan o practican los ritos de iniciación.

En este trabajo los mitos de los que daremos cuenta son tomados preferentemente de Hesíodo (La Teogonía – Los trabajos y los días): Hades, Eros, Narciso, Sísifo, Afrodita, Prometeo; y de Sófocles: Edipo, a los que nos acercaremos intentando su interpretación, ni filosófica ni antropológica, sino psicoanalítica. Sabemos, no obstante, que esta aproximación radical contiene todos los inconvenientes que en un tema tan amplio como el del mito, genera un intento de tal naturaleza.

Algo siempre quedará por decir, por interpretar, por descubrir. Ese algo que lo mítico encierra es lo que nos hace abordarlo de contínuo, tratando (en un encuentro fallido) de conquistar su esencia.

De aquí que la lectura psicoanalítica sea una forma más de contornear lo que de real el mito posee.

Desde ese lugar proviene lo obscuro, lo enigmático (La Esfinge fue durante largo tiempo, hasta Edipo, su paradigma), lo siempre extranjero al hombre, no obstante provenir, casualmente desde lo más propio de éste.

¿Cómo encontrar alguna fuente de origen para este problema de lo verdadero de los mitos? Consultados éstos, generalmente responden como serían las respuestas de los oráculos. Respuestas éstas que sugieren (por su polivalencia), la presencia de otras preguntas, quedando inscripto el mito en el cíclico y “eterno” circuito del lenguaje es que podemos llegar a señalar al mito tal como un “habla”.

LA PALABRA – LAS PALABRAS

Se puede constatar que en la mayoría de las mitologías hay algún lugar reservado para las palabras y la leyenda sobre sus orígenes. No cabe ninguna duda de qué hablamos, pero ¿a partir de cuándo? ¿En qué momento de la historia aparece el lenguaje? Seguramente el lenguaje funda la historia. Casi podríamos asegurar que el hombre es tal, desde aquel momento glorioso e inefable en que pronunció la primer palabra articulada. Palabra fundante.

Señala Saussure que “el lenguaje es multiforme y heteróclito, a caballo en diferentes dominios, a la vez físico, fisiológico y psíquico, pertenece además al dominio individual y al dominio social, no se deja clasificar en ninguna de las categorías de los hechos humanos, porque no se sabe cómo desembrollar su unidad (…)” (F. de Saussure – 1959)

Entre los conceptos más importantes que señala Saussure, no cabe duda de que el de signo lingüístico ocupa un lugar de privilegio. Este signo lingüístico es una entidad de dos caras, llamándoselo así por ser la combinación del concepto con la imagen acústica. A esta teoría de naturaleza positivista la precedió aquella romántica según la cual el lenguaje expresa al espíritu del pueblo. Espíritu colectivo que sería posible de investigar y comprender por medio del estudio de su correspondiente lenguaje.

A “posteriori” pero siempre sobre los fundamentos de la Lingüística de Saussure, se iniciaron otros desarrollos que llegando a Lacan, se comprometen con el objeto principal de Psicoanálisis, la realidad sexual.

Por otro lado, sería prácticamente imposible hablar de lo humano sino consideramos al lenguaje, nido y matriz, de lo específicamente humano. Lenguaje en el que nos movemos, cuya unidad elemental, la palabra está inevitablemente unida al hecho comunicacional. Unidad que hace posible el desarrollo del pensamiento simbólico; siendo ella “per se”, el símbolo por excelencia.

Referido a la palabra, en la tradición judeo cristiana, es posible leer en el Evangelio de San Juan que “Al principio era el Verbo, (…)”, lo que la hace coincidir con el espíritu, el aliento primordial y con un gesto exclusivamente divino. De este modo el decir es considerado como un don divino, que haría posible la evolución del hombre. No podemos dejar de mencionar el valor enorme que poseía la palabra en sí también entre los egipcios, para quienes se había designado al dios “Ptah” como la divinidad del pensamiento y del lenguaje.

Pero, Dios o el dios, para W. Otto (1978) se podrá manifestar de diferentes modos o grados.

El primero estará vinculado con la posición erguida hacia el cielo, propiedad exclusiva del ser humano, (recordemos aquí la carta Nro. 75 de la correspondencia de Freud-Fliess, referida a la primera represión habida en el hombre, la represión orgánica), primer grado que se anuncia por esta tendencia del cuerpo a elevarse a lo alto.

Tanto esta posición como el levantar manos y brazos, inclinarse, ponerse de hinojos, juntar las manos, etc., serían formas de una revelación divina en el cuerpo humano.

El segundo grado le estará asignado al movimiento, a las marchas solemnes, y al rito y la armonía de la danzas que se presentan como manifestaciones míticas que desean hacerse visibles. Lo mismo comprenderá a las obras ejecutadas por la mano del hombre. Se levanta una piedra, (recordemos el sueño de Jacob en que consagra una piedra sobre la que había soñado la puerta del Cielo), se eleva una columna, se construye un templo, se esculpe una efigie. Arte por doquier.

En último término el mito aparecerá como palabra, en donde se señala que el hecho de que lo divino desee revelarse en tales signos, es el acontecimiento más importante de lo mítico. Otto considerará que pensar es divino en sí y por sí, exento de toda corporeidad, ¿pero no tiene lo divino que hacerse humano cuando quiere revelarse al hombre?

Para Otto, el “sello de la revelación más auténtica, es que la Divinidad se enfrente al hombre presentándole un rostro humano” (W. Otto – 1978)

Cabe preguntarnos ¿por qué es que aún no han perdido su sello (de contínuo re-encontrado en múltiples palabras), hasta hoy los dioses olímpicos? Hablamos de ellos cuando queremos decir algo con un sentido elevado, tanto de las cosas del mundo, como así también de nuestra propia existencia. Apolo, Dionisos, Afrodita, Hermes, siguen siendo para nosotros figuras de esplendor y significación profunda. ¿Qué habría de éstos y otros dioses que sigue resonando en nosotros tan fuertemente, sin que ni siquiera nos demos cuenta?

Es que algo del habla mítica quedo atrapado en ese signo arbitrario, lineal, inmutable (respecto de un grupo que lo emplee) y mutable (respecto del eje del tiempo), que decimos llamarse “palabra”.

Palabra propia guardada celosamente por los antiguos, por el temor de que si algún otro la conociese, pudiese tener sobre él, algún poder mágico. De ahí que muchos nombres verdaderos sean substituídos por otros con el objeto de preservarse de tales supuestos daños.

Desde antiguo la lengua en sí misma es un arte colectivo de todo tipo de expresión posible. En ella yace oculto un conjunto peculiar de factores estéticos (fonémicos, rítmicos, simbólicos, morfológicos) que nunca van a coincidir por completo con los de otra lengua. “La lengua es en sí misma, el arte colectivo de la expresión, la suma de miles y miles de intuiciones individuales” (E. Saper – 1978)

Para Lacan una palabra solo lo es en tanto y exactamente haya alguien que crea en ella, siendo ésta esencialmente un medio para que el ser humano se reconozca como un otro semejante. Esta palabra en el pensamiento lacaniano, no tendrá nunca un sentido único ni un solo empleo. La palabra sostendrá varias funciones y poseerá múltiples sentidos.

Todo esto dependerá de que tipo de palabra utilicemos ya que por efecto de su polisemia adquirirá diferentes funciones. El sentido de la misma mostrará los diversos senderos que nos permitirá transitar.

La palabra de hecho y por su propia naturaleza puede ser considerada nombre, nombre propio cuando se dirige a una representación cierta. Palabra ésta que en el contexto de una sesión psicoanalítica esconderá una escena detrás de otra. Palabra que cual recuerdo encubridor indicará una huella la mayoría de las veces alterada, falseada.

Todo pasa como si esta palabra pululase “ad-infinitum” en sus significaciones. Hacia el “final” un único sentido proveerá a ambos interlocutores.

A diferencia de las palabras “nombres propios”, el verbo aparecerá en el discurso como aquella posibilidad primaria, fundante y radical del habla.

El verbo aparece siempre privilegiado en todas las lenguas, conformando la acción pura en sí y no dejando dudas de su sentido.

No obstante, en el discurrir psicoanalítico el verbo también será un “sujeto” sospechoso. Es obvio que ésto no dependerá del verbo en sí, sino del uso que de cualquier significante hace el inconciente en su interminable tarea de no dejarse descubrir en su esencia.

Serán algunas y determinadas palabras, con sentido conocido o desconocido, las que son usadas en los rituales que invariablemente acompañan a ciertos mitos.

Su uso será el privilegio de algunos pocos, quienes se la transmiten entre sí de generación en generación no dando lugar a equívocos en sus funciones. Será ésta, la palabra considerada sagrada, la que pertenece al discurso de shamanes, hechiceros, sacerdotes. Palabra de la que ningún otro puede apropiarse. Palabra que habría sido otorgada por los dioses a los hombres alguna vez, en los tiempos de origen con la que habrían sellado un pacto de permanencia.

Son éstas las palabras que están fuera del tiempo y espacio comunes.

Solo son dichas en ocasiones determinadas fijamente por los rituales.

Su transmisión solo es posible mediante ritos de iniciación que se cuentan entre los más secretos.

Generalmente el “centro del mundo”, será el lugar (por otro lado sagrado por excelencia, consagrado a la divinidad, donde habría ocurrido el hecho que fundó el grupo o comunidad), en donde se cumplen con estos ritos iniciáticos en la palabra sagrada.

Estas palabras “hablan” de escenas no conocidas por nadie no iniciado. Son palabras que hacen surgir la misma divinidad. No muy lejos de este sentido se encontrará la palabra que juega en el discurso psicoanalítico.

De hecho, la palabra remitiría a varias escenas que montarían varios significados posibles, actuando desde ese lugar como una palabra creadora, haciendo surgir la “cosa” misma, aquello que no es nada más ni nada menos que el concepto. “El concepto siempre está allí donde la cosa no está, llega para reemplazar a la cosa”. (J. Lacan – 1984)

¡Qué cercanías guardan los mitos con las palabras! Palabras propias.

Es en este sentido en que podríamos pensar a la palabra como una “ficción”, a que existen singularmente algunos significantes saturados de significación, los que nos proponen una lectura constante, casi interminable. Por causa de que la ficción utiliza lo que podemos llamar, los cuerpos de las palabras, es decir, las letras, es que en su interpretación un texto se añade a otro texto que requiere otra novedosa interpretación. De este modo la ficción podrá añadirse a lo que llamamos casualmente, el “ombligo del sueño”, ese punto no susceptible de entendimiento y que lo une a lo para-siempre-desconocido. Eso desconocido que siempre se reitera como “lo mismo”, fundándose en su repetición. Repetición de los orígenes que siempre nos son desconocidos, no solo para el hombre de la antigüedad sino para nuestra infancia que fantásticamente estructura sus teorías acerca del origen de su propia existencia y luego de los otros semejantes.

También en el Psicoanálisis, la palabra cobrará un efecto singular, ya que ésta es uno de los instrumentos superiores y esenciales en el tratamiento. De cualquier modo, en el uso habitual y cotidiano de la palabra, notamos y “sufrimos” el efecto poderoso de la misma en los otros y en nosotros mismos.

La palabra, sagrada, profana, interesante, suave, poderosa, etc. cualquiera sea su cualidad, dada por estructura, por su lugar en el discurso o por quién la enuncie, es el vehículo que desde lo más remoto ha producido en el hombre que la dice y el que la escucha, los más variados efectos. Efecto no solo hacia el afuera, la realidad externa, sobre los otros, sino también sobre uno mismo, generando una suerte de afectos, en los que la participación del cuerpo es tan notable y espectacular que fue objeto de diferentes estudios alcanzando un relevante nivel dentro de las ciencias contemporáneas.

Señalamos que los afectos se caracterizan por una muy particular expresión corporal, tanto a nivel muscular (estriado) como a nivel de la musculatura lisa. Es profundo el nivel de expectación o ansiedad, que la palabra despierta en muchos seres. De aquí que el discurso jerarquizado, (discurso del amo, en lenguaje lacaniano) llegue a producir las llamadas “curaciones milagrosas”, ante la presencia de alguien, que, obviamente posee algunas dotes especiales y que pronuncia tanto palabras conocidas como desconocidas, ejerciendo sobre el enfermo por medio de la sugestión un poder tan grande que llega a inducir a cambios físicos que restablecen la salud de aquél. Es necesario acordar aquí, que sin la referida expectación confiada del enfermo, tal curación no sería posible.

Recordamos que no solo ante las palabras pueden llegar a realizarse tales operaciones, sino que también las hallamos bajo la influencia de ceremonias destinadas a la exaltación de sentimientos religiosos, o en sitios de veneración, exhibición de imágenes consideradas “milagrosas”, reliquias de algún santo, etc. Pero dentro de todos estos aspectos, las palabras, aún las no pronunciadas, que quedan bajo la forma de pensamientos o sentimientos en el creyente, producen este singular acontecimiento.

En muchos casos, la fe del individuo se ve incrementada por el entusiasmo del grupo o de la colectividad en la que está inmerso. Todos estos efectos hacen de la palabra, un instrumento especialísimo de restitución de salud y virtudes perdidas y es desde esta efectividad que hablamos de la magia de la palabra.

Este poderío de la palabra, lo podemos constatar también en los efectos que produce en los estados hipnóticos en los que el hipnotizado pasa a obedecer los dictámenes del hipnotizador, donde el singular “rapport” que se establece entre ambos, recuerda a una situación de virtual dominio. Ese estado es tan profundo que el hipnotizado pasa a ver (alucinatoriamente), cosas que en la realidad no existen. De idéntico modo dejaría de ver otras, sugeridas por su hipnotizador.

Este estado hipnótico, sería de alguna manera, similar al que durante ciertas ceremonias somete a sus integrantes.

Según podemos constatar diariamente, estamos inmersos en un mundo de palabras; inclusive aún antes de nuestro nacimiento.

La palabra, símbolo preferenciado entre el ser humano, nos habita inevitable y graciosamente.

Si a la palabra, a la que por medio de la ciencia, hemos podido llegar a conocer profundamente, aún faltándonos mucho camino por recorrer, hoy le asignamos tanta importancia, poseyendo por medio del conocimiento, cierto poder sobre ella, ¿cuánto más habrá significado para nuestros antecesores, sobre todo en los albores de su nacimiento?

¡Qué inmenso poder habrá tenido el primer hombre que produjo la primera palabra!

Hemos escuchado o leído que en muchas oportunidades (cuando hablamos), no sabemos a ciencia cierta qué estamos diciendo. Por esta razón es importante prestar cierta atención cuando hablamos de mitos, qué es lo que ciertas palabras (tabú, maná, tótem, etc.) encierran. Según Siebers, muchas palabras “antropológicas” no contribuirían en realidad para nuestro conocimiento de los pueblos “primitivos”, sino que serían signos que ocuparían huecos en el discurso contemporáneo:

A la manera de un rito de liberación este tipo de vocabulario intenta eliminar lo sagrado, pero termina únicamente por encarnarlo en otras formas. Tanto en las sociedades modernas como en las “primitivas”, el carácter contumaz de lo sagrado no es fácilmente expulsable.” (Siebers – 1985)

Este concepto, en otro nivel lo hemos podido analizar a la luz de lo que Vernant dice respecto de la emergencia triunfal del “Logos”. El mito a pesar de esta gloriosa aparición del Conocimiento racional, siguió perviviendo, volviendo a renacer bajo otras formas, tal como desarrollaremos en un punto del presente trabajo.

Freud nos señala que muchas veces la memoria de un adulto en análisis falla y, en vez de hablar sobre determinado tema, aparece en su conciencia otro recuerdo (otras palabras se le imponen), que habitualmente se caracteriza por ser poco valioso y secundario. Este recuerdo aparece sustituyendo a otro de mayor valor, más importante e intenso. Éste pertenecería a algún trozo de su vida infantil que por algún motivo debió ser suprimido.

Se tratará, efectivamente de un recuerdo encubridor. Estos recuerdos infantiles que son indiferentes a la tarea analítica deben su existencia a un proceso de desplazamiento, constituyendo de este modo un substituto.

Según una clasificación freudiana los recuerdos pueden ser retroactivos, progresivos o simultáneos. Estos recuerdos encubridores, una vez despejados, podrían dejarnos ver la clave para comprender mejor nuestras “amnesias” que, “según nuestros nuevos conocimientos de encuentran en la base de la formación de todos los síntomas neuróticos (…) Diferentes datos nos fuerzan, pues, a suponer que en los denominados primeros recuerdos infantiles no poseemos la verdadera huella mnémica, sino por una ulterior elaboración de la misma, elaboración que ha sufrido las influencias de diversas fuerzas psíquicas posteriores. De este modo, los “recuerdos infantiles” del individuo van tomando la significación de recuerdos encubridores y adquiere una analogía digna de mención con los recuerdos de la infancia de los pueblos, depositados por éstos en sagas y mitos.” (S. Freud – 1948)

¿Podría llegar a articularse la hipótesis de que el relato mítico será el resultado de un cierto estilo de recuerdo encubridor, que producido por causa de una fuerte resistencia, ocultaría las verdaderas fantasías que el mito encierra? Estas fantasías vendrían a ocupar el agujero que el desconocimiento de lo realmente acontecido ha producido en los primeros hombres, o bien de aquello que es perentorio desconocer o de lo que no se puede hablar en lenguaje común, sino después de una deformación, un desplazamiento y una condensación, procesos que inducirían a un nuevo orden simbólico.

Sería impensable un hombre sin mitología. Aún hoy en día, éstas atraviesan nuestras costumbres cotidianas. Podríamos considerar y reflexionar sobre el hecho de que, mientras haya vida y muerte, el mito adoptará sus diversas modalidades de “decir” acerca de lo que no se conoce. Hablará, en su estilo, del odio y del amor, del nacimiento, del destino. Hablará desde el inconciente, que es el lugar desde donde todo se dice.

El relato mítico dirá aquello que no puede decirse en ningún otro lugar, ni de ninguna otra manera.

¿Será un síntoma?

Podríamos preguntarnos que, si hay mitologías, es porque algo falló, produciéndose este relato y no otro, acaso un “acto fallido”? Algo del inconciente, deviene pre-conciente y luego conciente (algo emerge de las obscuridades); un relato que aparece como nacido de una determinada cultura, pero que es posible, haya nacido de un sólo hombre con características peculiares, o bien de un grupo especial de hombres (identificación mediante), que viéndose los unos frente a otros, tratasen de explicar, especularmente un suceso, pero fallando siempre en su explicación. Falla que como toda, produce un cierto nivel de desarrollo.

Posiblemente aquél, el primero que dijo la primera palabra, haya sido el que haya tenido mayor poder; y al poder empezar a poner nombres a las cosas, haya obtenido un nuevo tipo de poder sobre las mismas y sobre sus semejantes. Los demás, ¿qué habrían hecho sino identificar a esas primeras palabras, tomándolas para sí, y a su vez “generar” otras, inventando un lenguaje que habría nacido como imitación fonética y a su vez copia de los ruidos de la naturaleza?

Posiblemente también, la música haya nacido a la par que el lenguaje. ¿No es acaso nuestro sistema fonador, el primer instrumento musical?

Aquel poderoso creador de la primera palabra, habría iniciado ya un lugar para el mito.

El hombre siempre ha tratado de comprender los fenómenos naturales ya por curiosidad intelectual, ya por tratar de dominarlos, o por motivos religiosos. En este último lugar podríamos incluir al hombre “primitivo”. Tanto en el cultivo de la tierra como en el escudriñamiento del cielo, aquéllos encontraban signos en los que se le revelaban deidades y como consecuencia inmediata, objetos a ser venerados. Tanto la tierra como el cielo llevaban en sí mismos las huellas de la elaboración divina.

De este modo los rituales, la astrología, la adivinación, etc., marchaban a la par que los períodos de la naturaleza misma.

LA ESCRITURA

Junto al pueblo griego y egipcio, también el babilónico manifestó en profundidad sus necesidades para dar respuesta a los interrogantes, tanto a las preguntas que se plantearon respecto de la naturaleza de las cosas como del propio acontecimiento humano. Babel es su paradigma.

Hoy en día nos encontramos en una situación privilegiada, ya que se han podido descifrar y examinar documentos originales en los que en épocas anteriores a nuestra era cristiana, los sabios babilónicos registraron observaciones, predicciones y métodos de cálculo correspondientes a acontecimientos importantes. Estos “archivos” de tablillas de barro escritas en la modalidad cuneiforme fueron halladas en las ruinas de ciudades de Babilonia, Ur y Uruk.

A fin de registrar fenómenos celestes, relaciones de estado, predicciones de tipo mágico, etc. estos pueblos dejaron claras huellas del tipo de estructura social y religiosa que poseían.

Así como las culturas de unos pueblos pasaban y pasan a otros, así también ocurre con sus signos y símbolos. De estas interrelaciones surgen nuevos acontecimientos, los que en un principio eran transmitidos en forma oral, hasta que fueron apareciendo signos que encerraban sonidos, significados, los que concluirían en varios tipos de alfabetos.

Del conjunto organizado de determinados signos aparecerá el alfabeto, palabra de origen griego que señala a sus dos primeras letras.

Pero, ¿qué podría decirse de las primeras formas de escritura? Posiblemente éstas, las encontráramos en los dibujos de las cavernas, en las que muchas contendrían un sentido mágico religioso.

En Egipto, es donde la escritura (patrimonio de reyes, sus hijos, sacerdotes y eventualmente algunos miembros de la corte), aparece el jeroglífico (del griego “hieros” = sagrado y “glyphos” = grabado). En este país habría sido el dios “Thot” (en otras versiones, “Phat”), quien se los habría otorgado.

En Babilonia habría sido otro dios, “Nabu”, mientras que en Grecia fue Hermes (mensajero de los dioses), quien los habría legado a los humanos.

Como mencionamos anteriormente, la escritura en Egipto estaba reservada solamente a unos pocos, con lo que de hecho, se mantenían ocultos al pueblo ciertos conocimientos universales.

Fue el francés Jean Champollión quien, en 1820, descubre un jeroglífico egipcio en la piedra Roseta y a partir de su desciframiento pudiéronse llegar a leer casi todos los jeroglíficos de ese pueblo.

En casi todas las civilizaciones de la antigüedad co-existieron dos alfabetos: uno reservado, sagrado y oculto; y otro, popular con lo cual el conocimiento quedaba dividido y con ello, los niveles sociales.

Ya en sus primitivas formas orales, ya escrito, ya perteneciente a una elite, o bien popular, el mito siempre logró tener su puesto. Un lugar propio no compartido con otros conocimientos, aún cuando durante algún tiempo pareciese haber estado a la deriva. Espacio, tiempo y relato propios que lo hace susceptible de ubicar junto a otras formaciones del inconciente.

LECTURAS

Durante mucho tiempo los mitos estuvieron (para poder ser estudiados), separados de su legítima imbricación en la vida espiritual de sus pueblos, siendo calificados en una categoría inferior a lo religioso, tal como si fueran solo la explicación ingenua del hombre “primitivo”, de algún fenómeno de la naturaleza circundante o de su realidad interna. Como tal hemos observado la confrontación en el pensamiento freudiano de la forma de pensamiento “primitivo” como una de las formas de pensamiento infantil. Taylor, con su teoría del “animismo”, contribuyó a la elaboración de esta teoría donde lo ontogénico y lo filogénico se entrecruzan. De ahí ese deslizamiento de esa frase tan repetida, “la infancia de la humanidad”.

Otra forma posible de leer al mito es aquella vinculada a ese desamparo perenne del hombre en un universo que se le presentaba inhóspito y agresivo por doquier.

Para Eliade, el mito designará una historia “verdadera”, de un valor inapreciable, tanto por su carácter sagrado y ejemplar como significativo. Hubo tiempos en que, opuesto a “logos”, como mucho más tarde a historia, el mito terminó por significar a todo aquello que no podía existir en la realidad. Todo parecía ser cosa del pasado, pero lo cierto es que el mito sigue viviendo, cobrando fuerza desde un lugar obscuro que parece ser “sistemáticamente”, su creador.

Hoy también se reconoce que casi todas las mitologías tienen su propia historia; habiendo nacido de un modo, siendo paulatinamente deformadas, transformadas y enriquecidas. Poco sabríamos de sus modos originales. La influencia del tiempo y el genio creador de ciertos individuos que se ocuparon especialmente de ciertos temas míticos, no en poco habrían contribuído a tales modificaciones.

Una fantasía original a la que se habrían añadido otras fantasías, habrían dado por resultado los relatos míticos tal como hoy los conocemos. Pero algo habrá en los relatos que nos separará de su lugar de origen con lo cual la transferencia inmediata (como vivencia) sobre el texto vivo (aquellos indígenas que actúan como documentos vivos, relatando sus propios mitos a quienes deseen escucharlos), se pierde. Al escuchar a estos relatores originales, totalmente situados en su propio contexto religioso y social, habría un “volver a las cosas”, (míticas), “a las cosas mismas”, sugerido por el pensamiento husserliano.

Es posible leer a los mitos siempre refiriéndose a las hazañas de seres sobrenaturales y divinos que se las arreglaron para organizar al mundo tal como hoy lo podemos vivir. Seres que habrían irrumpido sobrenaturalmente en este mundo, siendo por tal considerados sagrados.

Cuando hemos señalado al mito como una historia verdadera es porque propone realidad. Un cierto tipo especial de realidad.

De hecho el mito cosmogónico es verdadero porque el mundo es su inmediata prueba. El mito del origen de la muerte también lo es, porque también la mortalidad está ahí para comprobarlo.

Pero para algunos hombres, no todo mito puede ser considerado veraz. Tendrá que tener sus comprobaciones.

Un ejemplo lo encontramos entre los “Pawnee”, tribu americana en la que se encuentran distinciones. Las historias verdaderas serán las que se refieren a los orígenes del mundo, luego vendrán los cuentos del héroe popular propio, aquel salvador que siempre cumple una vida programada de hechos nobles y benéficos; y por último las historias de los shamanes, explicando por qué y cómo han adquirido sus poderes. Entre las historias falsas, encontraremos aquellas que cuentan de hazañas del coyote, el lobo o algún otro animal, historias éstas cargadas siempre de contenido profano.

En todos los pueblos que hacen estas distinciones las historias falsas (tal como los cuentos infantiles que relatamos a nuestros hijos o a los más pequeños), pueden ser contadas en cualquier momento; pero no sucede lo mismo con las historias sagradas que requieren de ciertas temporadas, días e inclusive horas, no pudiendo ser contadas ni a mujeres ni a niños, sino a partir de los ritos de iniciación que, a determinada edad éstos son sometidos.

Es interesante destacar que los indígenas se dan cuenta que las historias verdaderas influyen en sus vidas, mientras que las otras fábulas se refieren a acontecimientos que no han modificado su condición vital.

Eliade reflexiona que “el hombre es tal como es hoy, por ser el resultado de estos acontecimientos míticos, es decir, está constituído por estos acontecimientos” (M. Eliade – 1982) El hombre es mortal, sexuado y cultural porque algo ha pasado “in illo témpore”. Acontecimientos que como veremos más adelante, estarían sumergidos en un gran inconciente colectivo bajo la forma de arquetipos, de acuerdo a lo formulado por Jung.

Los integrantes de estas tribus con su específica organización social, económica, religiosa y cultural, están obligados a conocer sus historias y a repetirlas periódicamente, rememorando la historia mítica de su tribu, reactualizándola y sumergiéndose en ella con lo que se la “re-vive” constante e insistentemente.

Para el hombre primitivo esta historia narrada constituye además y conocimiento de orden esotérico, no solo porque es secreta sino porque es transmitida en los ritos de iniciaciones, siendo acompañado este conocimiento de un poder mágico-religioso.

Un modelo ejemplar de transmisión de este tipo especial de conocimiento, persona a persona, lo encontraremos en la atrayente figura del shamán, el que cura, impregnando su actividad de un hálito sagrado y retrotrayendo toda la situación del presente al tiempo y espacio de los orígenes.

LOS TIEMPOS

Tiempos de origen que eran tiempos fuertes, ya que en ellos se encontraban (y al reactualizarse nuevamente están presentes), los seres sobrenaturales. Al recitarse estas historias se encuentran todos, shamán y presentes, nuevamente en los tiempos primordiales, siendo por lo tanto, durante ese tiempo consagrado, contemporáneos de los dioses.

En estos rituales referidos al mito de los orígenes, en donde el tiempo no cronológico, sino tiempo primordial, todo parece señalar la marca de aquel otro tiempo, no ordenado por los amaneceres y anocheceres, lluvias y levantamiento de cosechas, aquél propio del inconciente ordenado de acuerdo a un registro obscuramente propio.

Para estos grupos, la vida fue creada de una vez y para siempre, pero hay oportunidades en que se pierden el orden original y es necesario “repararla” en torno a las fuentes. Solo de éstas se obtendría la energía que sería igual a la que se produjo en la creación del mundo. Posiblemente podamos leer aquí una figura que releva metafóricamente al concepto vital de “libido”.

Cuando algo terrible sucede a la comunidad el rito cosmogónico se hace inevitablemente perentorio, ya que este mito es considerado como el modelo ejemplar de toda creación.

Interesante es el ejemplo que nos relata Eliade referido a una tribu de origen norteamericana, los “Osage”: “Cuando nace un niño se llama a un hombre que “haya hablado con los dioses”. Al llegar a la casa de la parturienta recita ante el recién nacido la historia de la creación del Universo y de los animales terrestres. A partir de este momento el recién nacido puede ser amamantado; más tarde el niño desea beber agua, se llama de nuevo al mismo hombre o a otro, quien recita otra vez la Creación, completándola con la historia del origen del agua. Cuando el niño alcanza la edad de tomar alimentos sólidos, el hombre que “ha hablado con los dioses”, vuelve a recitar de nuevo la Creación, esta vez relatando también el origen del los cereales y otros alimentos”.

Tarea ésta que, salvando distancias y encuadre, parece acercarse a la realizada por los alguna vez llamados “hechiceros científicos”, el analista que busca orígenes y desarrollo a través de la producción del inconciente de todo aquello que conforma la realidad interna del hombre de nuestros tiempos.

Analizando aquellas historias, podemos observar que el padre y el abuelo no han hecho otra cosa que imitar a sus antepasados. Si solo se imitara al padre quedaría desvirtuado el tiempo original. En este sentido observamos que esta imitación de los antepasados en mucho se parece a las tentativas que el niño realiza (identificación primaria), con la figura del padre ideal.

En muchas mitologías esta figura del padre ideal, aparece encarnada en la figura del rey. Identificaciones que aparecen enmascaradas bajo el nombre de “encarnaciones”, siempre que se trate de figuras reales.

LA GRAN MUERTE Y EL RETORNO

Desde muy antiguo, pudo comprobarse, que se sentía la necesidad de renovar periódicamente al mundo, algunas veces estas renovaciones coincidían con las consagraciones del rey; otras veces consistía en la simbolización de una reiteración de la cosmogonía.

Ideas que en conjunto fueron estructurando a aquellas acariciadas por los estoicos y los neo-pitagóricos que dieron como origen al “eterno retorno”, que en la ciencia psicoanalítica podría ubicarse cercano a la “compulsa a la repetición”.

Retorna algo porque algo se habría perdido. He aquí la idea de fin de mundo que bajo las formas de terribles catástrofes atmosféricas pueblan las leyendas de todos los pueblos antiguos. Un ejemplo de esta idea de fin de mundo, aparece en la universal concepción del gran Diluvio, con el cual habrían desaparecido civilizaciones enteras, salvándose siempre alguien que nuevamente da origen a la humanidad. Siempre a un fin de mundo, le sigue una nueva era.

Esta idea del diluvio universal siempre se encuentra vinculada a pecados por orgullo, faltas en los rituales, cóleras divinas que dan por resultado la muerte de la humanidad. Además de la comprobación histórica del gran diluvio que parece haber azotado a la humanidad, esta presente la idea de “muerte por agua” con toda la simbología inconciente que ésta representa. Si bien el dato ha sido extraído de un hecho de la realidad, la estructura del relato mítico, se ha tejido en base a las fantasías de sus relatores de origen y posteriores.

Esta idea de fin de mundo, es dable observarla en cuadros clínicos tales como (en forma leve) las neurosis obsesivas, o en psicopatologías mucho más graves. Un ejemplo lo encontramos en los períodos de desestructuración de la personalidad, en lo pre-psicótico.

Otros mitos primitivos no darían cuenta de una posterior recreación del mundo, tal el ejemplo de los “Kai” de Nueva Guinea, entre los que circula la leyenda de que después de creado el mundo y el hombre, Malefung (dios de origen), se retiró al horizonte y allí se durmió. Cada vez que en su sueño se da vuelta, la tierra tiembla. Pero un “día se levantará de su lecho y destruirá el cielo, que se estrellará contra la tierra y pondrá fin a toda vida”. (M. Eliade – 1982)

Otras ideas circulan en otros pueblos. Una muy singular es aquella referida al cansancio de la tierra, que cuenta especial reconocimiento entre las tribus guaraníes de nuestro país. En ella se relata un sueño de los shamanes, que habrían escuchado a la tierra suplicar al dios, que estaba agotada ya de haber devorado tantos cadáveres.

Creo que difícilmente encontraremos expresión más profunda y poética de este gran cansancio cósmico y de su deseo de reposo total, de muerte. He aquí una nítida referencia a la gran pulsión, pulsión de muerte. Es significativo que esta representación de cansancio (no de muerte por su irrepresentabilidad en el inconciente, sino bajo formas subrogadas), aparezca en sueños de “shamanes”, con su regresión, desaparición temporal de lo conciente y el retiro del interés por la realidad externa. ¿Cuál sería el deseo inconciente de los soñantes?

Interesante es recordar que la mayoría de los mitos americanos del fin del mundo, implican una teoría cíclica también encontrada entre las religiones orientales tales como la hindú, esta vez vinculada a una inflamación del horizonte y muerte por un gran incendio cósmico. Muerte de la cual todo recomenzará nuevamente. Toda aquella perfección de los comienzos, que también formaba parte del sistema de creencias de hebreos y babilónicos, se habría perdido por la influencia negativa del hombre.

En Grecia se han encontrado dos tradiciones míticas diferentes. Una teoría de los tiempos del mundo, una referida a la perfección de los comienzos y una otra cíclica, descripta por Hesíodo en Los Trabajos y los días. La primera era la Edad de Oro bajo el reinado de Cronos, en la que los hombres no envejecían nunca y poseían una existencia parecida a la de los dioses. La teoría cíclica postulada por Heráclito, es la que tendrá gran influencia sobre la doctrina estoica del eterno retorno.

EN LAS RELIGIONES

A diferencia de las teorías sobre el fin del mundo anteriormente mencionadas, el Judaísmo y el Cristianismo presentan una innovación fundamental, ya que el fin del mundo es para estas doctrinas, único. Lo mismo es para el origen del mundo. Después del fin del mundo, el cosmos será el mismo que al principio, pero purificado, regenerado y restaurado como en los tiempos primordiales. El tiempo es aquí, lineal e irreversible. Lo sagrado triunfará y habrá elegidos. Para el Judaísmo el fin del mundo será anunciado con la venida esperada del Mesías; para el Cristianismo, éste sobrevendrá con la segunda venida.

Muchas son las referencias proféticas que hablan al respecto de esta nueva instauración del Paraíso perdido (Isaías, XXI,6-XXX,19-XXXV,3-XXXV,10).También en la poderosamente poética referencia a esta nueva instauración de los tiempos que es el Apocalipsis de San Juan, se hace referencia (XXI,1/5) al fin del mundo; habrá antes de la segunda venida del Mesías, una época signada por el anti-Cristo; a partir del cual vendrá el verdadero Cristo y purificará por medio del fuego al mundo. Este concepto de la purificación del mundo por medio del fuego, ya lo encontramos en Heráclito, la que luego será retomada por los estoicos. Este fuego destructor lo encontramos también en la Segunda Epístola de San Pedro (III,6/14).

Esta época del anti-Cristo, anterior al “eschatón” (final), estará signada por una total subversión de los valores sociales, morales y religiosos, lo que dará como resultado un retorno al caos original.

Este deseo de conocer los orígenes y el final de la vida en nuestro planeta caracteriza también a algunos aspectos de la cultura occidental a partir del siglo XVIII, acentuándose en el siglo XIX, en los que se han multiplicado las investigaciones en torno a los orígenes del universo, de la vida, de las especies, del hombre, tanto así como el relativo a la sociedad, el lenguaje, las religiones.

Se observa en este deseo de conocer nuestros orígenes, un inevitable “regreso hacia atrás”, retorno hacia el pasado que ya poseían nuestros antecesores. Este retorno hacia atrás se ha podido observar en muchas culturas de origen extra-europeo, pudiendo encontrársele diferentes significados: “regresus ad uterum”, como rito de iniciación de adolescentes, ya por ingreso del iniciado a una choza (simbolizando el útero), ya por la devoración de algún monstruo, o bien por penetración en algún lugar consagrado, identificado con el útero de la gran madre tierra. Recordaremos aquí una de las posibles muertes de Edipo, aquella que es narrada como la apertura de una gran grieta de tierra que llevó a este otro héroe tan caro a la mitología como al psicoanálisis.

Estos ritos relativos a lo iniciático, está también referido a héroes, shamanes, hechiceros que aseguran haber regresado en carne y hueso a ese lugar sagrado y no en la forma simbólica que lo realizan para con los otros miembros de la colectividad.

Muchos son los mitos que destacan al héroe devorado por algún monstruo, éste generalmente marino (Jonás y su ballena) y su posterior salida victoriosa o bien el peligroso descenso a grutas y/o hendiduras en la tierra asociadas a la boca o al útero de la madre tierra. Temas éstos que fueron claramente interpretados por los seguidores del Psicoanálisis.

En el análisis que realiza Eliade de aquellos ritos de iniciación, hace una importante advertencia respecto de los mitos que los sustentan:

Por esta razón el inconciente presenta la estructura de una mitología privada. Se puede ir aún más lejos y afirmar no solo que el inconciente es mitológico, sino también que algunos de sus contenidos están cargados de valores cósmicos, dicho de otro modo: que reflejan las modalidades, los procesos y los destinos de la vida y de la materia viva. Se puede decir incluso que el único contacto real del hombre moderno con la sacralidad cósmica se efectúa por el inconciente, ya se trata de sus sueños y de su vida imaginativa, ya de las creaciones que surgen del inconciente, (poesía, juegos, etc. etc.)”

Aseveración ésta que nos acerca desde diferentes perspectivas al pensamiento psicoanalítico general.

No solo los elementos de la naturaleza pueden cansarse tal como refieren ciertos mitos, sino hasta la misma divinidad puede llegar a estarlo. Leemos en la mitología babilónica que Marduk ordena a Ea que cree al hombre, el que tendrá por tarea servir a los dioses para que éstos puedan descansar. Como recompensa los dioses construirán la ciudad de Babilonia (palabra que literalmente significa “puertas del cielo”)

Muchas serán las religiones que “aparecerán” después de la “desaparición” de los dioses. El pensamiento de Bubber y de Nietzsche habría tenido también su prehistoria en aquellos dioses ociosos o muertos; algunos de éstos matados por el hombre, vacío que es inmediatamente ocupado por otras figuras religiosas. Esta divinidad asesinada en aquellos tiempos, sobrevive en los ritos mediante los cuales se reactualiza, ya que esta divinidad asesinada no se olvida jamás.

He aquí una notable representación metafórica de la muerte de aquel padre ideal que anteriormente hemos mencionado.

Metáforas que cruzarán el horizonte y el mediterráneo del gran país del lenguaje, ya que en última instancia todo el mundo nos será revelado a través del mismo. De aquí la propuesta de entender al mito como un habla que “dice” de lo que no podemos constatar como origen, pero sí como re-actualización.

El hombre, en un mundo de tal naturaleza no se sentirá encasillado a un único modo de existir, sino abierto, comunicándose con aquél y consigo mismo, utilizando un lenguaje que por su simbolización permite la recreación de lo ya totalmente perdido.

De la búsqueda de ese objeto primordial tratarán todos los mitos. Objeto que funda el deseo; el que será satisfecho temporalmente siempre con substitutos que refieren al primero por causa de su falta en el cuerpo. Un cuerpo humano que puede simbolizar. De este modo en las culturas “primitivas” y aún en las muy complejas, el hombre intuirá que sus soplos son vientos, sus huesos, montañas, que su ombligo es el centro de su mundo… Cuerpo que aparece como el primer articulador simbólico.

Un cuerpo que habla a su manera.

Un mito que también habla a su manera.

TIEMPO Y ESPACIO

Así como los relatos míticos hacen referencia al tiempo, tiempo siempre del origen, también tendrán su lugar y del mismo modo que ese tiempo lo era en tanto cualitativamente diferente al habitual, el espacio del mito si manifestará en tanto hierofánico, sagrado, separado del mundo, de lo profano. Será definitivamente otro espacio.

Los objetos de este espacio, cualesquieran sean éstos, la piedra, el árbol, no serán adorados en cuanto tales, sino precisamente por ser “objetos hierofánicos”. No son piedras ni son árboles, sino que son aquello que se define como lo totalmente otro, lo “ganz andere” (efectivamente otro). Por este motivo, por esta simultaneidad de lo que es y no es al mismo tiempo, o mejor dicho, sin dejar de ser lo otro, es que se ha querido encontrar en las hierofanías algo paradójico.

¿Acaso el inconciente reconoce paradojas?

Esta piedra, este árbol, no dejan de ser lo que son, no se distinguen en nada de los otros de su misma especie y género excepto para aquel que ha pasado su vida en contacto profundo con estos objetos consagrados. De ahí que, sus acciones habituales, su sexualidad y su alimentación, no sean meros hechos fisiológicos, sino una forma simultánea de comunicación con los misterios de su mundo, que solamente él conoce.

Este espacio en el que vive el hombre “primitivo” no es un espacio homogéneo; presenta fracturas, escisiones, con lo que se logra inferir dos formas posibles de espacio; uno, el sacralizado, y el otro, una extensión de tierra sin forma definida que rodea al sacro; no obstante, los dos se complementan.

Este punto de fractura, de ruptura, operada entre ambos espacios, permitirá la constitución del mundo, ya que en dicha fractura se descubrirá un eje central, un punto fijo; un centro al que el hombre religioso se ha visto obligado a establecer, ya que para vivir en su mundo, previamente habrá que fundarlo.

Este centro, equivaldrá a una nueva fundación del mundo o bien a una nueva creación.

A diferencia del hombre religioso, el profano estará ajeno a esta partición del espacio. Para él todo será homogéneo; no obstante recurrir a otros ejes marcados por las instituciones a las que él se haya adherido, las que sin embargo se regirán subrepticiamente por fórmulas deformadas de las antiguas religiones que de este modo, subsisten en su interior.

Este punto fijo y central, que sacralizará el lugar alrededor del cual se haya instalado, permite inicialmente convertir el espacio caótico en un lugar cósmico, ordenado.

En nuestras propias ciudades, ese punto de pase de un espacio a otro aparece sensiblemente marcado en los atrios de los templos, vehículos simbólicos que han consagrado el acceso a lo divino. El templo mismo, todo, funciona como abertura hacia lo alto.

El sueño de Jacob en Jarán en el que consagra a la piedra y al lugar llamándolo “Bethel” (Casa de Dios), es un ejemplo de lugar hierofánico. (Cfr. Génesis 23, 12 y 19).

Todos estos lugares son periódicamente consagrados sobre todo cuando sobre ellos ha caído alguna suerte de profanación. Estos rituales, como los de origen de ese espacio, habrían sido una reproducción de la obra realizada “ab origine”, por los dioses.

Este eje, “axis mundi”, provoca el continuo rito de recreación, sirviendo de sostén a la “altura” donde moran las divinidades. Por eso cuando un hombre de la antigüedad revela estar en el centro del mundo, señala las significaciones de este espacio hacia arriba del que él en ese momento participa en forma total. Hacia abajo del “axis mundi” estarán los infiernos, el mundo de los que han muerto y en el medio del mismo, el suelo habitado por los hombres, la tierra.

¿Acaso habría mucha diferencia entre esta construcción espacial y la postulada por el Psicoanálisis como estructura psíquica?

Estos centros del mundo, se expresarán por medio de árboles, pilares, columnas, así también como montañas determinadas de las que múltiples culturas nos hablan, el Walhalla, el Olimpo, el Sinaí, el Ararat y otros de no menor importancia en la geografía del mundo.

Este centro de la tierra recibe además otro nombre: “ombligo de la tierra”, el lugar de donde y a partir del cual, el mundo fue creado.

Lugares en donde, además, se habrían escuchado las voces de los dioses por primera vez. Lugar de lo “Real”.

EL MITO EN LA HISTORIA

Como hemos señalado anteriormente, diferentes fueron las viscisitudes que a lo largo de la historia del conocimiento humano, siguió el mito.

Para Platón, en los relatos míticos se encontraría una verdad singular, válida, de la que no se puede dudar; relatos que desarrolaríanse entre un aquí y un más allá, entre la esfera de lo divino y la esfera de lo humano.

Del mito, se hablará siempre teniendo en cuenta la estructura simbólica que los mismos presenten, de tal modo que encontraremos en el relato de “El Banquete”, que Diótima hace respecto de Eros (nacido de ese abrazo entre Poros, el recurso y Penia, la pobreza), esa personificación de lo abstracto. Esta vez bajo la forma de la alegoría. La verdadera historia mítica, según el concepto de Platón, no hablará solamente de algo indudablemente real, aún cuando ésto se puede seguir mostrando inalcanzable para la aprehensión intelectual.

Cuando discurre Aristófanes, el primero en abrir la dimensión de lo mítico en “El Banquete”, ya que para poder decir lo que en el fondo significará Eros, será necesario saber de qué se trata al decir naturaleza humana, y sobre todo saber qué ocurre con todo lo pasional y los orígenes del hombre, su discurso evocará a lo mítico con esos seres perfectos y rotundos con formas de esfera que para la concepción antigua era la más perfecta de todas las formas conocidas; seres éstos que por orgullo habían sido castigados por los dioses, perdiendo su condición de perfectos. He aquí el hombre dividido y privado de sus formas originales, siendo así cortados en dos mitades “como se corta un huevo con una crin de caballo”.

Aristófanes continúa asegurando que la pérdida de esta forma original no sólo habría afectado a aquellos hombres culpables, sino también a todos los hombres. De tal modo que se trató de una culpa original y hereditaria. El que heredará este castigo es el hombre histórico.

De este modo, expresándose por boca de otros personajes, los de su propio relato, refleja su creencia y convencimiento que el Cosmos y todos los seres han surgido de una acción divina.

En la Antigüedad y en la Edad Media, se prestó una atención particular al contenido de los mitos quedando relegado el tema de su realidad y por consiguiente de lo verdadero de los mismos.

Será en el Renacimiento que se abrirá paso a tal problema. A poco, el mito que había caído en cierto descrédito, sobre todo con la persona de Voltaire y la Ilustración en el siglo XVIII, pasó a ser considerado como una verdad histórica desde el momento en que relataban un hecho de tal naturaleza.

Dos autores modernos, Vico y Schelling, volverán a asignar al mito su real importancia. El primero de ellos fundamentará epistemológicamente al mito como una verdad histórica, vinculándolo al modo de pensamiento poético. Será éste también un punto a desarrollar en el presente trabajo. Schelling por su parte estimará a la mitología como una forma de pensamiento en la que aparece revelado lo divino. El Absoluto. Actualmente, tal como veremos en desarrollos posteriores, será considerado el mito como un elemento de singular importancia que nos ilustra sobre la historia de la humanidad. Para Cassirer, el mito será un modo de ser o una forma de la conciencia. La conciencia mítica, la que siendo una forma de la conciencia humana, al estudiar aquella enlazada a los mitos, se esclarece la estructura de esta última.

Piepper nos cita que:

Todos los seres mortales, todo cuanto crece sobre la tierra, desde una semilla o raíz, incluso todas las cosas inanimadas, armoniosas o no armoniosas, que se forman sobre la tierra, todo ello ha surgido por la fuerza demiúrgica de Dios y ha brotado por arte divino” (Sofista, 265 c.2). Son sin excepción obras de producción divina (Op. cit. 266 c.5). Sabemos que nosotros mismos y los demás seres vivientes y todo cuanto ha sido hecho y está formado por fuego, agua y demás, somos productos de Dios (Op. cit. 266 c.4).

El Timeo relata que “existe un hacedor y padre de todo esto” (Timeo 28, c.3/4 – “fundador y ordenador” (Idem 29, c.1) “padre generador” (Idem 37, c.7).

Además el Cosmos, tiene necesariamente la naturaleza ontológica del “eikon” (de la imagen de algo) – (Timeo 29, b.1-2), de algo que permanece igual a sí mismo (Id. 28 a, 6-7) y que es eterno (Id. 29, a, 2-3)”

Este autor, es el que nos señala que el origen de los mitos es el alma. Mitos que son narrados en un lenguaje humano, pronunciado por el hombre para dar cuenta de todas las cosas relativas a lo divino. Encontrando en la Teodicea de Platón esta singular afirmación: “El alma se representa a un reino del más allá, con ordenaciones judiciales y con leyes eternas”, y sabiendo que el origen de cualquier mito aparece escondido bajo la figura del anonimato, si los antiguos hubieran sabido del inconciente, existe la posibilidad de que lo hubieran nombrado desde tal lugar. “En cualquier caso los antiguos, no son los creadores del mito. Ellos no aportan nada propio, sino que transmiten el mensaje recibido. Éste, a su vez es un “don de los dioses a los hombres” (theon eis anthropous dosis) – (Platón, Filebo 16 c,5-6)”

Para Piepper el mito será una “historia divina” (…) La divinidad sería el único objeto del mito, (…), siendo la palabra “mythos”, palabra, discurso, comunicación, proverbio, palabra pensada y no pronunciada en el sentido de plan o proyecto. En sentido más restringido, será historia, relato, saga, fábula (…)” (J. Piepper – 1978)

Como hemos señalado con anterioridad, el mito fue estudiado e interpretado desde diferentes perspectivas, así hace más de un siglo, Schiller sugería leer lo mítico en su sentido literal, sin tratar de sobreentender nada más. Gusdorf retomará este concepto como punto de partida para señalar al mito como una forma particular de “ser en el mundo”, característica del hombre “primitivo” para quien, según este autor, habría un solo tipo de realidad, la mítica, la que sería además de única, verdadera. Toda la realidad habría sido internalizada desde ese tipo de pensar, de sentir y de actuar. Al romperse la horizontalidad y la igualdad de la prenaturaleza humana, con el acto de nacimiento de éste, el mito se colocaría en el lugar de esa ruptura, con lo que indicaría una y otra vez su reintegración, asegurando de este modo, la continuidad de la vida y al mismo tiempo el conjuro de esa angustia fundamental que origina el destino mortal del hombre.

El mito para esta línea de pensamiento sería una forma de ser en el mundo que al mismo tiempo conduce a aprehender los seres y las cosas sin condicionamiento previo, sin categorizaciones anteriores.

EL MITO COMO ESTRUCTURA

Al entrar en el estudio que Levi-Strauss realiza de los mitos encontraremos las siguientes referencias:

(…), algunos pretenden que cada sociedad exprese en sus mitos sentimientos fundamentales tales como el amor, el odio o la venganza, comunes a la humanidad entera. Para otro los mitos, constituyen tentativas de explicación de fenómenos difícilmente comprensibles (…), la mitología es a veces considerada un reflejo de la estructura social y de las relaciones sociales. Y si la observación contradice la hipótesis, se insinuará al punto que el objeto propio de los mitos, es el de ofrecer una derivación a sentimientos reales pero reprimidos”.

Interesante es esta reflexión en el pensamiento de Levi-Strauss, la que de hecho hace referencia al concepto de inconciente a partir de significantes tales como, sentimientos, derivación, “real” y represión, aún cuando este concepto varíe respecto del propuesto y desarrollado por Freud.

Prosigue Levi-Strauss diciendo: “Reconozcamos más bien que el estudio de los mitos nos conduce a comprobaciones contradictorias. En un mito todo puede suceder, parecería que la sucesión de los acontecimientos no está subordinada a ninguna regla lógica o de continuidad (…) Y sin embargo, estos mitos, en apariencia arbitrarios, se reproducen con los mismos caracteres y asumiendo con los mismos detalles en diversas regiones del mundo. De donde surge el problema: si el contenido del mito es enteramente contingente ¿cómo puede comprenderse que de un extremo a otro de la tierra los mitos se parezcan tanto?” . (L. Strauss – 1980)

Obvio será que el tomar conciencia de esta antinomia fundamental que aparece insertada en la misma naturaleza mítica, contradicción que encontraremos aún hasta en los relatos míticos más elaborados, se nos hará claro que el mito esta inmerso en el lenguaje y que aún va mucho más allá de éste. Aquellos mitos que hablan de “antes de que el mundo fuera creado”, “in illo témpore”, “hace mucho tiempo”, etc. etc., de esos acontecimientos primordiales, aparecen contínuamente en nuestro habla habitual formando una estructura permanente que se refiere no sólo al pasado, sino también al presente y se dirigen hacia el futuro.

Al utilizar el lenguaje, el mito hace uso de él con un otro nivel de abstracción, más elevado que el común.

Para la línea de trabajo propuesta por el estructuralismo, los mitos tendrán sentido, dependiendo éste de la forma en que los elementos que la constituyen aparezcan combinados. El mito además utilizará nuestro lenguaje pero, abriéndolo hacia otra dimensión, la que por otra parte le es específica.

El mito, estará así entonces formado por “mitemas”, unidades constitutivas que de hecho implican la presencia de aquellas otras que intervienen en la estructura del habla. Estos mitemas también estarán interrelacionados adquiriendo una función significante. De este modo se pueden componer grupos de mitemas que aparecen con un cierto orden de repetición en todo relato mítico como aquel que hace Levi-Strauss en la familia de los Lábdacos:

1 – Cadmo busca a su hermana Europa, raptada por Zeus.

Edipo se casa con Yocasta, su madre.

Antígona entierra a Polínices, su hermano, violando la prohibición de su tío Creonte, entonces rey de Tebas.

2 – Los espartanos se exterminan mutuamente.

Edipo mata a su padre, Layo, rey de Tebas.

Etéocles mata a su hermano Polínices (y viceversa).

3 – Cadmo mata al dragón.

Edipo vence a la Esfinge. Esta se elimina.

4 – Labdaco, padre de Layo (cojo?)

Layo, padre de Edipo (torcido?)

Edipo, (pie hinchado?)

Independiente del análisis que pueda realizarse desde otros puntos de vista, se puede leer en el cuadro anterior, aquellos temas que en lo mítico se reitera constantemente: parricidio, fraticidio, incesto, monstruosidad. Es decir, Deseo, Ley y Muerte.

Por medio del análisis estructural de los mitos, se puede llegar a ordenar todas las variantes conocidas del mismo en una determinada cantidad de series, en las que mediante ciertas operaciones lógicas, puede llegar a darse cuenta de la estructura básica del pensamiento que organizó tal relato mitológico.

EL PSICOANALISIS

El intento de realizar una lectura del mito por intermedio del Psicoanálisis, fue posible gracias a que este método de investigación sostiene en su interior un constante principio de inquietud que le permite realizar sucesivas reformulaciones de todos aquellos temas que ya parecerían haber estado fuera de toda discusión posible.

Si entre otras tareas, el Psicoanálisis haría que lo inconciente se manifieste, hable, tratando de descentrar a ese texto cerrado (texto como tejido, urdimbre), que se defiende y sostiene sus contenidos en los modos que observamos en todos los análisis, siempre en una región de suspenso, ¿por qué no preguntarle a esta ciencia sobre aquello vinculado al origen de una producción humana tan significativa y profunda como el mito?

Porque la mayoría de los mitos, encierran temas tan fundamentales como el Deseo, la Ley y la Muerte que también aparecen en la trayectoria que el Psicoanálisis, como ciencia conjetural, descubre en sus investigaciones, ya efectuadas desde y en el hombre mismo como paciente, ya en sus desarrollos sobre las producciones de éste.

¿Acaso el Psicoanálisis no “fuerza” a una ley, la del lenguaje, ese lenguaje de un Otro (al decir lacaniano), para recobrar lo que esta ley mantiene entrerrejado? ¿Acaso el desciframiento de los sueños, no es también una desmitologización de esas leyendas magníficas o terribles en las que somos uno y todos esos personajes disfrazados del lo que nuestro deseo, impone?

¿Estos recorridos por el Deseo, la Ley (siempre del Padre), y la Muerte, acaso no nos permitirían acceder a ese otro saber que el acontecimiento mítico contiene celosamente y en los cuales, el hombre revela que son algo más que meras preocupaciones cotidianas?

El mito de algún modo, intentaría atrapar algo de un saber que siempre se le escapa, de ahí que la lectura psicoanalítica nos acercaría a ese efecto producido por la huella que permanece atrapada en todos los textos mitológicos. Huella en la que se descubre la imagen del hombre y su relación con esa otra imagen inefable que representan a la divinidad y su sociedad. Como incluiría el Psicoanálisis al hombre que conoce, sino haciéndose como “Al hombre con esta muerte que trabaja en su sufrimiento; este Deseo que ha perdido su objeto y este lenguaje por el cual y a través del cual se articula silenciosamente su Ley” (M. Foucault – 1984)

El acercamiento a las fuentes psicoanalíticas del mito nos permitirá además reconocer en él a las grandes pasiones del alma, las que incluídas en los relatos míticos, dirían en su particular estilo, de aquellas percepciones primeras de la humanidad, a las que se añadieron con posterioridad, tal como en los sueños, otras fantasías que de hecho los han enriquecido (aún a pesar de cierta deformación), pero que no han hecho desaparecer los mitemas originales.

Si éstos se nos presentan tan extraños, permaneciendo como un “ombligo del sueño”, tan cerrados para su adentro como lo fueron en un tiempo los jeroglíficos, es posible que sea por esa pertenencia que desde su origen marca el sello de lo “Real”. Sello que estaría impreso también en los relatos míticos a aquellos que se refiere en “Poeta y Fantasía” cuando señala que “(…) es muy probable que correspondan a residuos deformados de fantasías optativas de naciones enteras (…)” (S. Freud – 1948)

De este vínculo entre sueño, fantasía y mito volveremos ciertamente más adelante.

¿Acaso, no podrá ser el mito un relato que al mismo tiempo que condense “esencialidades”, al nombrarlas, nos indique el camino para acceder a un origen encerrado en la Palabra?

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