CAPITULO 9 – DE LOS RITUALES Y DE SU FANTASTICO HECHICERO

A medida que nos fuimos acercando al mundo de lo mítico, hemos encontrado dentro de él a los rituales, formando un conjunto la mayoría de las veces inseparable. Cada uno de ellos poseen determinadas características propias del mito que acompañan. Todo parece indicar que los grandes mitos debían ser enlazados a rituales específicos en los que, predominaba en acto, el relato de aquellos; relatos y ritual que se repiten “ad-infinitum”. Casualmente ésta, su repetición constitutiva, que es una de sus principales características.

El término que utilizamos, ritual, derivado de la palabra de origen latino “ritus” (camino recto o camino correcto, directo), apunta al mantenimiento del mito. Esta forma ritual, que tendrá diferentes maneras de expresión, posee diez elementos que la conforman: el tiempo, el lugar, las vestimentas, los utensillos, las sustancias, los óleos, los alimentos sagrados, la música, los movimientos y las palabras. Posiblemente estas últimas, serán de entre los elementos mencionados, los de mayor potencia.

También los colores indicarán diversos aspectos del ritual, siendo utilizados ya en forma de cintas, ornamentos, mantillas, objetos coloreados, velas, etc., y que guardarán relación entre sí y con otros elementos; generalmente con los planetas. En nuestra civilización occidental y sobre todo en Europa y América (tanto del Sur, Central o del Norte), el color negro guarda relación con Saturno, el rojo con Marte, el azul con Júpiter, el amarillo con el sol, el verde con Venus, el verde-rojizo con Urano el el blanco con la Luna. De acuerdo con ello, el hechicero o el mago operará con prendas de algunos de estos colores según los días de la semana y el tipo de operación a ser realizada.

Entre los lugares donde se realizan los rituales, se encontrarán los bosques, (sobre todo aquellos que contengan especies de árboles que se consideren sagrados), espacios abiertos consagrados generalmente allegados a lagos o lagunas, montañas (que eran consideradas como “axis mundi”, existiendo en cada país o comarca una que determinaba el lugar de los acontecimientos de origen, tal como el Walhala en Alemania, el Olimpo en Grecia, el Sinai en Israel, el Ararat en Armenia, etc.), templos construídos “ad-hoc”, grutas o a veces simplemente lugares que no poseían ninguna característica f’ísica especial pero en los que se suponía habían ocurrido hechos pertenecientes a lo divino; estos lugares generalmente eran signados por piedras, rocas, formando ciertos y determinados dibujos o bien simplemente amontonadas.

A estos lugares solo entraban los sacerdotes o personas autorizadas por los mismos o por el rey en el caso de poseer atributos religiosos.

Así también el tiempo del ritual estaba determinado por el objetivo del mismo, siendo siempre igual. Estos tiempos en algunas civilizaciones antiguas coincidían con tiempos naturales vinculados a siembra, recolección, etc. o bien de acuerdo a necesidades de lluvias o cualquier otro evento extraordinario como pedido de ayuda en guerras o hambrunas.

No obstante, habían rituales que independientemente del acontecer vital del hombre, estaban dirigidos a la divinidad o divinidades indicando algo sucedido en los tiempos del origen.

De este modo si bien los rituales podían acomodarse a períodos cronológicos determinados por el ciclo vital, había otros, los más importantes de sostener, cuya repetición no entrañaba ninguna noción de tiempo. En ellos todo sucedía como la primera vez. Como tal, el tiempo no existía. Algo sobrenatural se imponía y solo se repetía sin saber el porqué, aunque sí sosteniendo aquel acto generador o creador que daría cuenta del origen del hombre, de las plantas, de los animales, de los astros, de la tierra, de los vientos, etc.

Todo ocurría como si algo del inconciente se proyectase hacia el afuera. Ciertas percepciones endopsíquicas se ritualizarían (siguiendo el proceso secundario), “obsesivamente” con el objeto de sostener una mitología de origen desconocido.

Nada puede dejar de ser hecho o dicho en los rituales, éstos son perentorios, valiendo esta afirmación tanto para el hechicero como para el asistente o concurrente al oficio o ceremonia. Algo del orden de la superstición se filtra y se impone en tales actos. Es así que, “el supersticioso ignora en absoluto la motivación de sus actos casuales y funcionamientos fallidos y cree en la existencia de casualidades psíquicas, estando por tanto, inclinado a atribuir al accidente externo (en este caso, la creación misma), una significación que se manifestará más tarde (nachtraglich), en una realidad (…), en el supersticioso el elemento oculto corresponde a lo inconciente”. (S. Freud – 1968)

Cabe señalar que si se dá tal conexión, ésta no se limitará a un caso aislado y pasará a formar parte de lo que aparece como una concepción mitológica del mundo y de la naturaleza.

El mismo Freud intenta en su carta Nro. 78 (Viena, 12-12-1968), darle algún tipo de forma y nombre a ciertos afectos e intelecciones referidos a este aspecto: “(…), puedes imaginarte qué son los mitos endopsíquicos? Pués el último engendro de mi gestación mental. La difusa percepción interna del propio aparato psíquico estimula ilusiones del pensamiento que, naturalmente, son proyectadas hacia afuera y lo que es característico al futuro y aún más allá. La inmortalidad, la expiación, todo el más allá, no son más que, otras tantas representaciones de nuestra interioridad psíquica (…), psicomitología (…)” (S. Freud – 1948)

Entre los rituales encontramos incluídas las danzas y la música, las que siempre ocupan un lugar de significación. En todos los pueblos habrá siempre dos tipos de danzas, las profanas y las sacras, generalmente las primeras derivan de las segundas, ya que las sacras, se considera, han tenido siempre un modelo extra-humano. Las danzas sagradas habrían sido enseñadas por los dioses.

Muchos son los significados de las danzas: agradecimientos, pedidos, conjurar riesgos, ganar batallas, festejar victorias, conjurar por medio de ellas la caza de cierto animal preciado, honrar a los muertos, festejar matrimonios, agradecer buenas cosechas o lluvias. Un ejemplo de danza que se considera directamente “copiada” de los dioses y enseñada por estos es la danza armada del héroe Teseo en el Laberinto de Minos, la que se supone dictada por Athenea. Cualquiera sean sus formas, las danzas imitan siempre un arquetipo que reproduce una conmemoración mítica.

También son utilizados en los rituales, ciertos signos que se han tenido desde antiguo como favorecedores de los prodigios. Entre ellos encontramos algunos fundamentales que originariamente habrían pertenecido al inteligente pueblo caldeo, tales como:

I la materia activa

__ la materia inerte

+ la materia universal

C el alma

O el espíritu

Los que combinados de diversas formas, habrían pasado a formar parte de los números que conocemos como de origen árabe.

Los mismos números son en ciertos rituales, ya verbalizados, ya como números de cosas, muy importantes. Es notable que hasta la fecha se hayan conservado ciertas leyendas respecto de ciertos números, sin saberse a ciencia cierta sus orígenes. Un ejemplo actual es el número trece el que aparece asociado a la figura de Cristo y sus doce apóstoles, o bien doce brujas con un líder masculino, los doce meses del ano y el ano uno, los signos del Zodíaco (Círculo o ronda de animales) y el Universo, etc. etc.

Así como los números, también los objetos naturales y/o artificiales, intervienen en casi todos los rituales. Estos objetos (muchas veces inspirados por nobles sentimientos religiosos), poseen una gran semejanza entre diversas religiones. Entre los objetos naturales, encontramos todas aquellas piedras de formas extranas, meteoritos, conchas marinas, etc. Entre los de construcción o manufactura arificiales, hallaremos los llamados talismanes o amuletos, tales como estrellas de cinco puntas, medias lunas, sellos de seis puntas, piedras semipreciosas trabajadas en diversas formas. Como se puede observar, la fantasía del hombre para con los objetos naturales o inventados, no tiene límites. Fantasía y realidad llegan a fundirse en tal forma que no se advierte límites precisos. El corte entre ambas, es tán incierto que pasan solidariamente a pertenecer a otro ámbito, el de lo mágico que traba relación unívoca con el inconciente.

Así como en la Khabala hebrea ciertas cifras eran tenidas por sagradas, también en otros lugares del mundo el número era objeto de gran atención y significación esotérica. En forma casi universal los números poseen los valores siguientes:

El 1 significa la Unidad

2 “ el Antagonismo

3 “ la Existencia

4 “ el Equilibrio

5 “ el Espíritu

6 “ la relación entre Cielo/Tierra

7 “ la Universalidad (también número divino)

8 “ la Armonía

9 “ la Razón

10 “ la Ley

Se considera que estas significaciones les fueron otorgadas a los números por Pitágoras. (F. Colluccio – 1983)

EL HECHICERO

Intimamente ligado a los rituales, se halla la figura del hechicero, mago (del caldeo “magusk”, nombre dado al sacerdote), sacerdote o shamán (literalmente sacerdote o brujo en América).

Este shamán, hechicero, mago, etc., actúa siempre dentro de su comunidad, excepto cuando hace sus propios retiros a fin de comunicarse con los dioses o poderes a quienes se va a dirigir para curar algún mal que aqueje a la tribu en general o algún individuo importante en particular.

En algunas oportunidades el que se retira del grupo es aquel individuo que se siente afectado por algún maleficio, el que si es presentido por el grupo de pertenencia, hará del tal individuo un “muerto” social. En estos casos la misma comunidad lo separa tanto de sus vínculos grupales como familiares. Algo así como la “muerte civil” que se practicaba en la antigua Roma. Aquel individuo proclamado “muerto” y objeto de temor en forma inmediata, es sujeto a ritos y prohibiciones.

El hechicero actuará con todo su poder el que se manifestará eficaz por varias razones. Como lo señala Levi-Strauss: “la eficacia de la magia implica la creencia en la magia y que ésta se presenta en tres aspectos complementarios. En primer lugar, la creencia del hechicero en su magia, luego la del enfermo que aquél cuida o de la víctima que persigue, en el poder del hechicero mismo y finalmente, la confianza y las exigencias de la opinión colectiva”. (C. Levi-Strauss – 1980)

Algunos autores han tratado de ver una relación de correspondencia entre este tipo de terapia y el tratamiento psicoanalítico. Parece obvio (no en todos los casos), que el paciente espera encontrar en la figura del analista la idealización del padre todopoderoso como el paciente del brujo en su brujo. Encontrar un sabio en el texto lacaniano (Sujeto Supuesto al Saber) que posee todos los poderes naturales o sobrenaturales para invocar “fuerzas” que cubra todas sus necesidades y le evite los estados de angustia que le sobrevengan como causa de sus conflictos.Además este sujeto de Sabiduría debería en el fantasma del paciente contener la ausencia del Amor y otorgarlo a manos llenas. Nada menos que tal Fantasma Original!!!!.

Uno de estos autores que piensan de tal modo es Sheldon Kopp, quién dice que: “Los antepasados de los actuales médicos de la mente son numerosos. El psicoterapeuta contemporáneo ya aparece esbozado en aquellos visionarios individuales que fueron los gurúes de las antiguas civilizaciones. La herencia que ha recibido el gurú contemporáneo incluye las metáforas curativas del maestro zen, del rabino jasídico, del ermitano cristiano del siglo VI, de los brujos, los “medicine men” y los magos. En su forma más antigua y primordial, el médico fue el “shamán” paleolítico, el auxiliar, médico y guía de las primitivas sociedades cazadoras y recolectoras». (S. Kopp – 1976)

Levi-Strauss es quién nos propone un ejemplo especial de hechicero en la persona de Quesalid, quién no creía en el poder de los shamanes, pero que a poco de fue acercando a gruupos, uno de los cuáles le ofreció ingresar, previa iniciación al mismo. Quesalid aprendió pronto y él es quién describe sus primeras lecciones: fingimientos, predestigitación, pantomimas, crisis nerviosas, cantos, empleo de sopladores (espías encargados de escuchar conversaciones y de hacer llegar al shamán determinadas informaciones) y, sobre todo el “ars-magna” de cierta escuela shamanística de la costa nordeste del Pacífico, el empleo de un pequeno mechón de plumón que el practicante disimula en un costado de la boca para expulsarlo en el momento oportuno. Cuando Quesalid deseó abandonar su “profesión”, después de haber confirmado sus sospechas ya no era libre y comenzó a ganar fama como un gran y notorio shamán.

Quesalid no se convirtió en un gran hechicero porque curara enfermos, sino que sanaba a sus enfermos porque se había convertido en un gran shamán”. (C. Levi-Strauss – 1980)

Es Levi-Strauss quién va a comparar el método shamánico de cura de enfermos con el término ab-reacción, tomado en los primeros momentos del psicoanálisis.

En su Antropología Estructural este autor permenorizará quizás el primer texto mágico religioso de nuestra cultura americana en el que se explica la cura shamanística. Este texto es sumamente importante para entender la psicología del hechicero y su paciente.

En todas las tradiciones de todos los pueblos del mundo que han sido estudiados hasta la actualidad, hechiceros, magos, sacerdotes, shamanes, han dejado su impronta en la historia de los mitos y los rituales. Esto que se dá en el mundo fantástico de lo mítico y del ritual, halla un singular paralelo con una entidad clínica profundamente estudiada por el Psicoanálisis.

EL SHAMAN DE LAS NEUROSIS

Nos referimos a las neurosis obsesivas, en las que aparecen formando parte inevitable del cuadro, los actos obsesivos que tanto se asimilan a los ceremoniales religiosos o los ritos paganos.

Estos ceremoniales neuróticos consistirán en la ejecución de determinados actos de la vida cotidiana que aparecen con nuevas formas y como carentes de toda significación lógica, siendo una de sus características la repetición de lo mismo. Siguen otra lógica diferente a la habitual, desconocida tanto para el espectador como para el propio obsesivo que las practica. Práctica ésta que no puede suspenderse, ya que cualquier infracción al ceremonial impuesto puede ser castigada con una angustia intolerable que hace que inmediatamente aquella infracción deba ser rectificada de acuerdo al modelo originalmente dado.

Poca será la diferencia con los rituales que también son desarrollados, por los pueblos “primitivos”.

Recordemos aquí, ese ceremonial comentado por Levi Strauss, el observado por los indios “Cuna” del Panamá, referido a las parturientas en quienes “Mu” ha transgredido el habitual campo de sus actividades. Ceremonial estricto, legalizado que no puede ser modificado en ninguna de sus partes cualesquiera fueran las circunstancias. Pero, mientras el shamán, generalmente, cumple sus rituales en presencia de algún otro miembro de la comunidad, el neurótico obsesivo excluye la presencia de otras personas durante la ejecución de sus propios rituales, al estilo de una ceremonia secreta que no puede ser compartida por ningún otro semejante. Pocos son los casos en los que los rituales de este tipo de personalidad son llevados a cabo en una “folie a deux”.

Siempre que nos hallamos ante la presencia de un acto obsesivo, observaremos que éste sigue una serie de leyes no escritas y llevado a cabo con una extrema y prolija minuciosidad, tal como si revistiera todas las características de un “acto sagrado”.

Tal es así que para sus actos secretos el obsesivo se separa “religiosamente” del medio, ya que los mismos deben ser llevados a cabo en forma solitaria. Esto tiene como consecuencia que el obsesivo sea específicamente “descubierto” por otro obsesivo, y no por la mayoría de sus companeros de trabajo, profesión, etc., con lo que queda intacta durante mucho tiempo y quizás durante toda su vida, esta conducta paralela. Algo relativamente similar sucedería con el fetichista. Ambas son dos estructuras de personalidad que pueden seguir sin mayores inconvenientes una vida paralela a la convencional.

Tan fuerte es la necesidad de mantener en secreto estas actividades particulares, que mucho nos recuerdan a un estilo de religión particular.

No nos resulta particularmente difícil comparar la amplia analogía que existe entre los ceremoniales obsesivos con los actos sagrados que conforman la estructura ritual de ciertas religiones.

Para los rituales que se siguen a los mitos o religiones, dificil es una modificación substancial ya que los detalles del ceremonial religioso/mítico, tienen un sentido ya reconocido y simbólico que pertenece a la comunidad, poseyendo una determinada significación que ligada a los mitos de origen no puede ser modificada. De hecho se modificaría toda una estructura común que sigue los esterotipos considerados primigenios. En el obsesivo el ritual sigue pautas fijas, pero perteneciéndole la fantasía que dá origen al mismo. En algunas oportunidades aquel puede ser levemente susceptible de alguna modificación. Raramente sucede y la vez que así es, el nuevo ritual llevará consigo las marcas del que lo antecedió.

Aquel valor simbólico del ceremonial del hombre “primitivo” y reconocido grupalmente, posee un sentido al ligarse con el mito, no sucediendo lo mismo con los rituales del neurótico obsesivo, por lo que, aparecen como insensatos, carentes de significación y como tales absurdos. No obstantes, estos actos se hallan al servicio de importantes intereses de la personalidad, dando expresión a fantasías cuyos efectos perduran en la misma y que tenderían a imponerse independientemente de la voluntad del enfermo.

El acto obsesivo va a servir de soporte expresivo a motivos y representaciones inconcientes con una determinada característica que le es común; son culpógenas. Esta “conciencia” de culpa, ha tenido su origen en acontecimientos psíquicos infantiles, encontrando una posibilidad de renovación constante en cada ocasión propicia. Al mismo tiempo aquella expectación de angustia que rodea a una espera de acontecimientos desgraciados enlazada a castigos, es sentida de este modo, por el hecho de existir una tentación interna para realizar el acto punible.

Se acostumbra a señalar que los neuróticos obsesivos son además, seres profundamente cabalísticos, sobre todo en los momentos en que deben enfrentarse con alguna limitación impuesta tanto por autoridades externas o por su propia autoridad interna, un super-yó que en el caso del obsesivo se muestra particularmente severo y poco permisivo. Cabe senalar que el término Cábala (que deriva popularmente de Khabala), se refiere a una manera de predecir el futuro apoyado en una cierta combinación de números. “Por extensión, hacer algo de tal o cual manera porque ello favorecerá la suerte de quién así proceda”. (F. Colluccio – 1983)

El obsesivo en un primer momento tendrá conciencia de que “obligatoriamente” tendrá que hacer algo para que no le ocurra una desgracia. Generalmente ésta, esta vinculada a la pérdida de su vida, de la vida de otros, o a la pérdida de algún objeto preciado. Es una referencia a la amenaza de castración. De este modo el ceremonial se va a iniciar como un acto defensivo, ya de reaseguramiento ya de protección. Algo así como, protegerse del “pecado” que va a cometer.

Tal hecho tentador tendrá que ver siempre con la represión de un impulso instintivo que se halla integrado a la constitución psíquica, el que durante algún tiempo pudo exteriorizarse pero que luego debió sucumbir al proceso represivo. Es esta influencia del instinto que se ha reprimido, la que es percibida como tentación. Proceso represivo que generalmente es imperfecto y amenaza siempre con un fracaso.

Los actos ceremoniales que lleva cabo el obsesivo, comportan dos partes que se complementan; son una defensa contra la tentación a “dar rienda suelta” a algún instinto como tal, parcial, y en parte a sentir una suerte de “protección” contra la desgracia esperada.

Prontamente estos actos protectores resultarán ineficaces, dando lugar a prohibiciones más severas que están encaminadas a alejarlos de cualquier situación en que la tentación haga su aparición amenazante.

De este modo las prohibiciones van a substituir los actos obsesivos, ”del mismo modo que una fobia está destinada a evitar al sujeto un ataque histérico”. (S. Freud – 1948)

Ataques histéricos que los ceremoniales míticos, también forman parte, ya en la manera de danzas paroxísticas, ya en los estados de posesión. En estos ataques histéricos, el mecanismo predominante que da lugar al proceso, será la identificación “histérica”. De hecho por medio de la identificación del primer actuante, en el que se encarnaría el dios, corriéndose por medio de la misma a los otros, todos pasarían a formar parte de la divinidad con aquella anulación del tiempo-espacio común habitual, que se substituye “en acto” por el tiempo divino de los orígenes. Existe algo así como una refundición de un espacio en otro y de un tiempo en otro, desapareciendo el de la realidad externa y siendo substituído plenamente por el de la realidad interna. Una fantasía común que “une” a todos en uno, y a este uno, con el dios o los dioses.

Será en estos momentos donde todo estará permitido. Un tiempo sin ley al que seguirá el otro tiempo pautado, normado que hace al orden de la comunidad.

Este tiempo sin ley puede ser considerado el tiempo del instinto en su manifestación más pura.

Para Freud, estas coincidencias entre los rituales o ceremonias del obsesivo y del hombre primitivo, le permitió arriesgar la hipótesis de considerar a la neurosis obsesiva como una religión particular y “la religión como una neurosis obsesiva universal”. (S. Freud – 1948)

La coincidencia más importante sería la renuncia básica a la actividad de instintos constitucionalmente dados y la diferencia decisiva consistiría en la naturaleza de tales instintos; exclusivamente sexuales en las neurosis y de origen egoísta en la religion.

Esa renuncia progresiva a instintos constitucionales, parece ser uno de los fundamentales fines del desarrollo de la civilización humana. Una parte de esta represión de instintos es aportada por las religiones haciendo que el individuo sacrifique a la divinidad el placer de los mismos. Tal sucede en todas las neurosis, tal sucede, también en los pueblos antiguos investigados.

En muchas mitologías aparece este tipo de renuncia que también llega a los dioses a los cuáles se les reconocían cualidades humanas, y no solo las más valorizadas, sino también aquellas de naturaleza criminal. De seguir esta lectura, muchas místicas caerían y podrían ser analizadas a la luz de una perspectiva proyectiva, en donde la fantasmática humana juega un singular y primordial papel.No obstante la “santidad” sigue otros caminos.

Desde Freud leemos: “Mística: la obscura autopercepción del reino situado fuera del yo…del ello”. (S. Freud – 1948)

Referido al tema de las fantasías este autor dice en su Manuscrito M(2)-Carta Nro. 63 (25.5.97):

Las fantasías se originan por la combinación inconciente de lo vivenciado con lo oído, siguiendo determinadas tendencias, estas tendencias persiguen el propósito de tornar inaccesible el recuerdo del cuál han surgido o podrían surgir síntomas. La formación de fantasías tiene lugar por un proceso de fusión y distorsión, análogo a la descomposición de un cuerpo químico combinado con otro. El primer tipo de deformación consiste, efectivamente, en la falsificación de la memoria por un proceso de fragmentación con total abandono de las relaciones cronológicas(…)Uno de los fragmentos de una escena visual se une entonces con un fragmento de una escena auditiva para formar la fantasía(…)Con ello una conexión original ha quedado irremediablemente perdida. La formación de tales fantasías (en período de excitación), hace cesar los síntomas mnemónicos, pero en su lugar aparecen ahora ficciones inconcientes que no están sometidas a la defensa(…)” (S. Freud – 1948)

Tal podría ser el origen psíquico de los mitos. El mismo término “mythos”, terminó por significar aquello que no podía existir en la realidad, tal como aquello que el obsesivo no puede declarar, siendo substituído (eso), por las fantasías que lo hacen actuar como un jefe de ceremonias, similar al shamán, sacerdote, hechicero. Esas fantasías de algún modo proporcionan un modo de ser en el mundo, confiriéndole así mismo alguna significación y valor como existencia.

El neurótico obsesivo se comportará como un “documento vivo” de esos “dioses” que dominan su vida. Si los personajes de los mitos son seres sobrenaturales, los personajes de las fantasías, en general no se alejan en mucho de esa categoría de extraordinario que poseían aquellos.

Así como el mito es considerado una historia sagrada ya que se refiere a realidades: “El mito cosmogónico es “verdadero” porque la existencia del mundo está ahí para probarlo, el mito del origen de la muerte es igualmente “verdadero” puesto que la mortalidad del hombre lo prueba”. (M. Eliade – 1973) Temas que son “leit-motiv” en la vida del obsesivo. Este considerará a sus fantasías tan reales como la misma realidad externa. No habrá para él historias verdaderas o falsas y sus preguntas sobre los orígenes y los fines de la vida, sobre lo sucedido en tiempos pasados y sobre el fin del mundo no cesarán de inscribirse en su angustiado yo.

Si fuerte es la perentoriedad de las órdenes emanadas de los rituales del obsesivo, es porque actúa en él como en el hombre antiguo, ese aspecto omnipotente del pensamiento, característico del período mágico religioso que tiene su corelación onto-filogenética. En este como en mucho otros órdenes el obsesivo se asimila al hombre “primitivo”, ya que con sus rituales, ambos consagran los orígenes.

La diferencia estribará en que el hombre antiguo tiene una referencia conciente o pre-conciente del hecho de origen, mientras que el obsesivo desconocerá su causalidad. Ambos, se reintegran a ese tiempo de fábula, de fantasía cuando se encuentran celebrando sus rituales. Así como el antiguo poseía (posee) dioses a quienes adorar, el obsesivo tiene una deidad a la que en mayor proporción, venera con sus rituales, el dios del Tiempo Final, Thánatos es su imago.

Este tiempo le es contemporáneo al igual que el primitivo fundido en su Tiempo Primordial, solo que para nuestro hombre, este tiempo le es insoportable. Tiempo fuerte, perentorio que exige ser vivido. Un tiempo que no tiene correlato con el cronológico. Este tipo de tiempo participa de una historia “sagrada y verdadera”, que se refiere a seres extraordinarios. Es relativo al origen de todo, es un tiempo vivenciado y lo conocemos como tiempo mítico.

Tal como el hombre antiguo que en sus rituales es contemporáneo de los dioses, el obsesivo con los suyos lo es a su vez de ese algo desconocido que da origen al ceremonial ambiguo que su fantasía (su mitología), le indica. Fantasía formada por “fragmentos de alguna escena visual”, unida a algo oído, lo que enlazados harían perder aquella conexión original, aquello ya imposible, inaccesible de conocer.

Como las fantasías, el mito original ha sufrido transformaciones y deformaciones que lo distorsionan. Una de esas deformaciones casualmente consistió en el abandono de las relaciones de tiempo. He aquí el ritualista que religa por medio de sus constantes ceremoniales, el tiempo presente con aquel reino sobrenatural del que hablan los mitos.

Al estilo de los antiguos para quienes el tiempo no pasa, el obsesivo ritualizará su vida para salvarla (siguiendo esa tendencia a la inmortalidad a la que parece adscribirse nuestro inconciente), de la muerte final. Pagará con ello el precio que el Destino (Ideal del yo), se cobra por la vida. Que padre terrible habrá tenido el recién nacido “destinado” a ritualista !

Será tal como aquel que puso fin al mundo por un diluvio (del cuál hablan casi todas las mitologías), ante una falta ritual o simplemente por un deseo caprichoso del dios hastiado ya de los hombres?

No será el mismo, pero tendrá un idéntico rigor.

Por medio de la labor emprendida por el Psicoanálisis y la Antropología ha sido posible reconstituir este notable paralelo entre la psicología del hombre primitivo y sus mitos y el cuadro clínico de la neurosis obsesiva. Casualmente ambas ciencias estudian ese “regreso hacia atrás” ese “retorno a los inicios”. Por medio del Psicoanálisis en el que en los tratamientos se espera poder reactualizar acontecimientos decisivos de nuestra primera infancia y por la Antroplología que investigó exhaustivamente los rituales referidos a los mitos de origen, fue posible realizar esa nueva constitución que relaciona la ontogenia con la filogenia. Ambos vinculados por lazos atávicos relativos a la repetición, ya que para hacer desaparecer el tiempo hay que volver hacia atrás y poder alcanzar por medio de esas periódicas regresiones, el comienzo de su mundo en el que el “Padre” empezó una obra que debe ser sostenida por medio de todos los rituales de sus ”hijos”. Un padre que si alguna vez fue asesinado, no se olvida jamás y sobrevive en todos aquellos en los que el crimen se reactualiza.

El valor del mito periódicamente es reconfirmado por los rituales con lo que se ayuda a retener aquello que es del orden de lo real, lo inaccesible, lo “otro”, aquello que provocará un decir. Será este decir, este lenguaje el que nos informará simbólicamente de esa imposibilidad de inferir a la otredad. Y será ese lenguaje del mito, como el de la fantasía que algo del mundo interno se dejará aprehender siempre como un texto no final que remite a otro y otro texto y que aparecen siempre como modificaciones sensibles de un texto pre-existente a todos ellos.

Hesíodo nos informa que existen mitos muy antiguos cuyos orígenes se pierden en la prehistoria, los que sin duda habrán sufrido ya un largo proceso de transformación y modificación antes de ser registrados y sistematizados, introduciendo en ellos un principio racional.

Si deseamos encontrar un digno modelo de “novela mitológica” en el desarrollo de los historiales clínicos del Psicoanálisis bastaría con que releyéramos el caso del “Hombre de las ratas”, el que nos adentrará en el mundo del ascetismo y de la superstición, presentando en su narcicismo aquello semejante con el hombre “primitivo”, la omnipotencia de las ideas. Que decir del sacrificio!

Este obsesivo religioso, “enfermo del tabú” al decir del propio Freud, nos muestra que su enfermedad es la más ritualista y más llena de tabúes entre todas las neurosis.

Es como si el obsesivo dentro de su religiosidad particular, sostuviera, reteniera al hombre primitivo, no dejando que este muera. Dice Siebers: “Naturalmente los pueblos primitivos no necesitan de los neuróticos obsesivos; ellos mismos, se ha comprobado, reconocen ciertas formas de enfermedad mental, si bien es cierto que un individuo definido como neurótico en una sociedad occidental no podría definirse así en una sociedad primitiva. En tanto que las sociedades primitivas con frecuencia tienden a aceptar e incluso a estimar ciertas formas de neurosis tales como la histeria y la neurosis obsesiva leve, los occidentales muy pocas veces permiten que la locura se manifieste abiertamente(…) (T. Siebers – 1985)

En nuestra civilización, como neuróticos, nos reconocemos siempre incluídos en alguna nosografía, aún herencia de la Psiquiatría clásica, que paulatinamente tiende a desaparecer, dejando lugar a otras definiciones de la estructura psíquica y sus manifestaciones. Por otro lado aquella nosografía estudiada nos ha permitido concretar conocimientos acerca de formas límites de la personalidad. Pero en la actualidad ya no es posible reconocer los cuadros clínicos que con tanta claridad han formado parte de la literatura psicoanalítica, ya que, podemos senalar, las neurosis se confunden con rasgos perversos y otros levemente psicoideos, no hallándose ya “formas puras”, tal como se nos presentaba anteriormente.

Lo que siempre aparece en todas las estructuras, es una mitología profundamente familiar que se nos muestra bajo tal o cual forma. Al respecto nos dice Freud, en su Carta Nro. 91 a Fliess:

(…), todos los neuróticos crean la denominada novela familiar (conscientizadas en la paranoia), que por un lado sirve a la necesidad de autoencumbramiento, por el otro al rechazo del incesto(…) (S. Freud – 1948)

Como vemos los dos temas (la identificación con el dios y el incesto), que se despliegan en la historia de todas las mitologías.

Es Lacan quién retoma estas ideas genéricas y nos muestra claramente que las enfermedades “hablan” y dicen sus verdades. La verdad en cuanto palabra que la constituye.

En una conferencia dictada en el ano 1953 Lacan dice que “Se trata de algo a lo que nos veremos conducidos intentar expresar sin embargo en una fórmula que da su esencia y es por ello que en el seno de la experiencia analítica, se halla algo que en suma, hablando con propiedad, se llama, mito. El mito es precisamente lo que puede ser definido como otorgando una fórmula discursiva a esa alguna cosa que no puede ser transmitida en la definición de la verdad, puesto que la definición de verdad no puede más que apoyarse sobre ella misma y ya que es en tanto que la palabra progresó por ella misma y por ejemplo en el dominio de la verdad que ella se constituye, no puede ser apresada ni apresar ese movimiento de acceso a la verdad como una verdad objetiva; no puede sino expresarla de una manera mítica, y es, exactamente en ese sentido que se puede decir que, hasta cierto punto, aquello en lo que se concreta la palabra intersubjetiva fundamental, tal como ella ha sido manifestado en la doctrina analítica, el complejo de Edipo, retiene en el interior mismo de la doctrina anlítica un valor de mito”, prosigue este autor señalando que: “ Recuerdo que si confiamos en una definición que puede darse del mito, como una cierta representación objetivada de un “epos”, para decirlo todo de un gesto que expresa de manera imaginaria las relaciones fundamentales características de cierto modo de ser del ser humano en una época determina se puede decir muy exactamente de la misma manera que el mito, se manifiesta a nivel social, es decir latente o patente, virtual o realizado, pleno o vacío de su sentido o reducido a la idea de una mitología, nosotros podemos encontrar en la vivencia misma del neurótico todo tipo de manifestaciones que propiamente hablando entran en ese esquema y de las que se puede decir que se trata, propiamente hablando de un mito”. (J. Lacan – 1953)

El caso al que se refiere Lacan es al del “Hombre de las ratas”, neurosis en la que especialmente se encuentran esos temas fantasmáticos (el suplicio de las ratas). Relato éste que, desencadena en el sujeto una cierta especie de horror y de fascinación que lo lleva de pleno a tomar contacto con la angustia. En este caso encontramos esa novela, esa mitología familiar que Freud subrayó.

El desarrollo de la personalidad del Hombre de las ratas estuvo signado por una constelación (al decir de Lacan, una “cierta transformación mítica”), de hechos, (prehistoria, nacimiento, destino), que lo llevaron a esa notable escenificación de los temores obsesivos que desembocan en la gran crisis.

A la pregunta de por qué esa constelación familiar se “encajó” como leyenda en el psiquismo del paciente, Lacan va a responder con los siguientes datos, tal como se puede leer en el original freudiano:

Madre prestigiosa, con alto poder económico/Padre convencional, desestimado, suboficial de profesión, casado ventajosamente/Presencia de una fantasía compartida familiarmente de haber, el padre tenido una aficción especial por una muchacha linda pero pobre, tema éste que impresiona profundamente a nuestro protagonista. Otro elemento del “mito familiar”, es el de que el padre ha tenido en el transcurso de la carrera militar ciertas dificultades (dilapidar fondos del regimiento en su pasión por el juego), interviniendo un amigo para salvar el desprestigio y el deshonor (salvar su vida) de aquel.

Toda la leyenda familiar se irá desplegando en el transcurso del análisis, correspondiéndose con el relato en el mismo pero sin que el paciente se de cuenta de ello. No es conciente de su mitología.

Hay en este historial un fuerte paralelismo entre estos elementos originales, (“mitemas”), unidades mitológicas y el posterior desarrollo de su profunda neurosis.

Obsesión de “tener que pagar” – luego “no pagar” – “no es esto sino aquello” – “no es este sino el otro” – “el tren” – “el tren que lo lleva al revés” – “cumplir sus juramentos”, son sus ideas y vueltas.

Será casualmente aquel tren que lo lleva al revés lo que no le permite cumplir con el rito de pagar.

Este tipo de pequeñas obsesiones conformarán ese argumento fantasmático que se presenta con visos de drama y que lo encerrarán en una escena que se acerca a las míticas. La diferencia es que las ceremonias de nuestro neurótico consistirán en “ser secretas”, ocultas, propias.

Veamos algunos puntos de coincidencia:

El padre nunca pudo pagar su deuda (además nunca más volvio a encontrar a ese amigo “salvador”).

La dama del correo es la “dama pobre” (sirvienta de una posada).

Sustitución de la mujer rica por la mujer pobre.

Todo sucede como si “las impasses” propias de la situación original lo que en alguna parte no se resuelve, “se desplazaran hacia otro punto de lo real mítico, reproduciéndolo siempre en algún punto”. (J. Lacan – 1953)

Al respecto dice Freud en su Carta Nro. 101 (3.1.99):

(…)Ante todo, he tenido que abrirme paso laboriosamente a través de un pequeño trecho de autoanálisis, en cuyo curso puedese confirmar que las fantasías son productos de períodos relativamente avanzados, que desde ese presente se proyectan retrospectivamente hacia la primera infancia, además, comprobé la vía por la cuál se ha llevado a cabo esa proyección: trátase, nuevamente, de una asociación verbal”. (S. Freud – 1948)

Cuando más adelante el Hombre de las ratas, coloca a Freud en el lugar del amigo en quién se confía, surgirán fantasías agresivas (aquí Lacan trata el tema como si fuese una substitución fantástica del amigo por la mujer rica), lo que le hace señalar que Mito y Fantasía se unen.

En la conferencia referida podemos leer:

En esta forma muy especial de desdoblamiento narcicista reside el drama personal del neurótico y en relación con ello adquieren todo su valor las diferentes formaciones y estructuras míticas de las cuáles dí un ejemplo hace un instante, en forma de fantasías obsesivas, pero que puede encontrarse en muchas otras formas, en suenos, en mumerosos casos totalmente típicos, en los relatos de mis pacientes, en los cuáles pueden realmente mostrarse al sujeto las particularidades originales de su caso, de manera ciertamente mucho más rigurosa y viva para el sujeto que siguiendo los esquemas tradicionales de la tematización si así puede decirse, triangular del complejo de Edipo”. (J. Lacan – 1953)

A mi parecer, bien podríamos incluir en nuestro tratamiento psicoanalítico de la “enfermedad mental”, otros tipos de mitos que podrían también dar cuenta de la estructura de la misma y del deseo sobre la que se “funda”. Tales, Narciso, Sísifo, Afrodita, Prometeo, investigados en este trabajo como puerta de acceso a otras investigaciones que pueden realizarse con tal fin.

Será en otro historial famoso, el caso Schreber, donde Freud nos pone en contacto con lo mítico, “una afortunada casualidad que ha atraído la atención de otros autores sobre la autobiografía de Schreber deja adivinar cuánto puede extraerse aún del contenido simbólico de las fantasías y las ideas delirantes del inteligente paranoico. Un incremento casual de mis conocimientos, posterior a la publicación de mi trabajo sobre Schreber, me ha permitido penetrar mejor en una de sus afirmaciones delirantes y reconocer en ella multitud de relaciones mitológicas”. (S. Freud – 1948)

En este caso Freud se refiere a la relación que Schreber mantenía con el sol, (símbolo del padre), con quién habla el enfermo, injuria y amenaza para posteriormente vanagloriarse de poder mirarlo sin ser deslumbrado por sus rayos. Freud cita a Reinach, quién en su obra “Cultos, mitos y religiones”, escribe que los antiguos naturalistas atribuían tal facultad a las águilas, que por vivir en las alturas se hallan en íntima relación con el sol y el cielo. Una prueba que se supone hacían estas águilas, era que sus pichones mirasen al sol sin parpadear, prueba que era también llevada acabo por distintos pueblos antiguos.

Aquel breve apéndice al análisis de un paranoico puede contribuir a demostrar cuán fundada es la afirmación de Jung de que las fuerzas productoras de mitos de la Humanidad no se han extinguido, sino que crean hoy en las neurosis los mismos productos psíquicos que en las épocas antiguas(…)

A mi juicio no puede llegar tarde el momento de ampliar un principio que nosotros los psicoanalistas hemos sentado hace ya largo tiempo, agregando a su contenido individual ontogénico su complemento antropológico-filogénico. Hemos dicho que en el sueño y en la neurosis volvemos a hallar al nino con todas las peculiaridades de su pensamiento y su vida afectiva. Agregamos ahora que también encontramos en él, al salvaje, al hombre primitivo, tal y como se nos muestra a la luz de la Arqueología y la Etnología”. (S. Freud – 1948)

A esta altura de los textos anteriores y de este propio, por qué no incluir en la escuela de las “enfermedades mentales” y las teorías psicológicas, los mitos estudiados aquí y aún otros más? Acaso los Deseos de Narciso, Eros, Sísifo, Afrodita, Prometeo y Edipo no podrían ser investigados a la luz que el Ser Humano actual ofrece en un banquete angustiante donde el Síntoma, el Sueno, la Fantasía, la Obra de Arte, el Chiste, el Acto “Fallido”, se muestran desde un Hades que insiste en ser eterno?

A mi entender estamos ya muy cerca de que podamos llegar a demostrar interdisciplinariamente, ese hasta ahora, extraño, paralelismo entre los mundos real, imaginario y simbólico de los pueblos de la antiguedad y nuestras civilizaciones contemporáneas.

De la madurez de los criterios científicos podrá devenir este imperativo del conocimiento. No por dejar todo a la luz desaparecerán las sombras, porque es tarea imposible dejar “todo” a la luz. No por investigar exhaustivamente, mitos, fantasías, y sueños, éstos dejarán de vivir. Mientras viva, aúnque sea solo un hombre, éste estará acompañado de “Arquetipos y Esplendores”.

Después de todo la Ciencia y el Arte se dan la mano en el mundo al que hemos anteriormente, hecho alguna posible referencia.

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