EL PIBE DE SAN TELMO – Noemí B Strocovsky

 

Juan pensó que aquella mañana sería idéntica a todas sus mañanas. Se
equivocó.
Abrió la pequeña puerta lateral; entró; mientras se vestía el equipo de
trabajo, puso a calentar agua para el mate. Encendió la radio, esos tangos
matinales lo ponían de buen humor. A veces, no sabía por qué, se le aparecía
el recuerdo del viejo cuando, de vuelta del trabajo, se sentaba junto a la radio a
tomar mate; le decía: escuche, m’hijo, esto es música, nunca se olvide de su
padre ni del tango.


Y Juan no había olvidado a ninguno de los dos. Conservó la caja de
herramientas como un tesoro. El tango endulzaba parte de sus solitarios días
con aquellas pequeñas historias de amores felices, algunos, desencontrados,
como el de él, otros. Y él se sentía acompañado.
Juan llegaba temprano para no escuchar los vulgares comentarios de las
supuestas conquistas de Luis, un compañero, que siempre terminaban con un
¡no sabés qué mina! Cuando llegaban los otros operarios Luis enmudecía.
Juan pensaba que lo había elegido a él como único oyente quizá porque él
nunca hablaba de mujeres, ¿querría provocarle envidia?
Juan dejó el mate; buscó su caja de herramientas. Al abrir el armario creyó
ver una luz fugaz que iba hacia arriba, como un pájaro. Ya llegó alguno de los
muchachos, pensó. Ubicó la caja sobre una de las mesas y comenzó su tarea.
Por fin llegó el viernes, el día preferido. A la salida, él iba a un club cercano
a jugar al fútbol. Había hecho algunos amigos. Después de un par de horas de
juego, iban al bar de Carlos Calvo y Perú a beber unas cervezas con
ingredientes, ¡farra completa!
Lunes. Desgano. La rutina diaria. Buscó la caja de herramientas. De
repente la luz hacia la puerta de entrada. Se restregó los ojos; se sentó a
observar las luces. Parecen estar bien, aunque a veces, gastadas, empiezan a
fallar, se dijo, ya frente a la mesa de trabajo.
La tercera vez fue decisiva: la luz se posó en la bicicleta de uno de los
muchachos. No puedo demorar más la consulta al oculista. El examen y unas
pruebas mostraron que su visión era normal.

Aquella noche se acostó más temprano, necesitaba pensar: si no era un
defecto de la visión, ¿qué significaba esa luz que aparecía sólo en el taller?
¿Me estaré poniendo viejo? Mejor dormí, mañana veremos qué pasa.
Al otro día, sin motivo aparente, se sintió optimista, hasta tuvo ganas de
silbar.
Por la tarde, mientras salía giró la cabeza; ¡otra vez la luz sobre la bicicleta!
Fue directo a su casa. ¡Tengo que encontrar la explicación! ¡Ya sé! ¿Cómo no
me di cuenta? Cuando me despidieron de la fábrica pensé en abrir una
bicicletería. La idea rondaba en mi cabeza. Con cualquier excusa fui dejando
pasar el tiempo. Cuando conseguí laburo ya no tenía un mango. No puedo
esperar más.
Ahora San Telmo tiene una nueva bicicletería, “El pibe de San Telmo”,
sobre Defensa, frente al parque Lezama.
Los viernes a la tardecita, Juan sigue compartiendo una cerveza con los
muchachos, en el bar de Carlos Calvo y Perú.

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